Tal vez muchos crean que es un pensamiento muy alternativo, pero el leer y el disfrutar de un vino tienen muchos puntos en común.
Ambos necesitan un determinado estado del alma.
No es el mismo sentimiento que nos aborda cuando leemos a Borges que cuando disfrutamos de un best seller liviano pero entretenido. De igual forma, una reunión con amigos (o cualquier otra situación) puede pedir una botella que nos exija como consumidores, mientras que otra reunión un vino fácil de tomar.
Otro punto en común es que no necesitamos ser expertos en la materia para disfrutar de un buen libro o un gran vino, aunque siempre hay excepciones que requieren un entrenamiento previo para apreciarlos cabalmente. Al enfrentarnos a un libro o a un vino, existen expectativas, deseos, sueños, sensaciones por descubrir, decepciones (¿por qué no?), gratas sorpresas y finales obvios.
Afirmar que la lectura o que la degustación de un buen vino no son de nuestro agrado parece difícil, ya que con la cantidad casi infinita de variedades existentes tanto en un rubro como en el otro, hace muy complicado no encontrar absolutamente nada que nos guste. Como todo en la vida, hay que saber buscar y muchas veces cruzarse con aquello que no queremos repetir, para al final encontrar aquello que nos llena.
Muchas veces se habla del maridaje de un vino con una comida, o de un libro con un momento determinado de nuestras vidas. La aventura comenzará entonces aquí y ahora, tratando de generar un maridaje entre libros y vinos. Onetti tendrá las sorpresas y asperezas propias de un Tannat, Neruda la suavidad de un Merlot, Katzenbach la compleja sencillez de un Cabernet Sauvingnon y Shakespeare irá bien con absolutamente todo.
Espero ser acompañado, aplaudido y también criticado en este camino que me he propuesto. No soy ni seré dueño de ninguna verdad, y los comentarios aquí vertidos estarán absolutamente cargados de subjetividad.
Espero recibir muchas críticas y sugerencias... Ahora, a leer y beber para poder escribir...
Hasta la próxima.
Ambos necesitan un determinado estado del alma.
No es el mismo sentimiento que nos aborda cuando leemos a Borges que cuando disfrutamos de un best seller liviano pero entretenido. De igual forma, una reunión con amigos (o cualquier otra situación) puede pedir una botella que nos exija como consumidores, mientras que otra reunión un vino fácil de tomar.
Otro punto en común es que no necesitamos ser expertos en la materia para disfrutar de un buen libro o un gran vino, aunque siempre hay excepciones que requieren un entrenamiento previo para apreciarlos cabalmente. Al enfrentarnos a un libro o a un vino, existen expectativas, deseos, sueños, sensaciones por descubrir, decepciones (¿por qué no?), gratas sorpresas y finales obvios.
Afirmar que la lectura o que la degustación de un buen vino no son de nuestro agrado parece difícil, ya que con la cantidad casi infinita de variedades existentes tanto en un rubro como en el otro, hace muy complicado no encontrar absolutamente nada que nos guste. Como todo en la vida, hay que saber buscar y muchas veces cruzarse con aquello que no queremos repetir, para al final encontrar aquello que nos llena.
Muchas veces se habla del maridaje de un vino con una comida, o de un libro con un momento determinado de nuestras vidas. La aventura comenzará entonces aquí y ahora, tratando de generar un maridaje entre libros y vinos. Onetti tendrá las sorpresas y asperezas propias de un Tannat, Neruda la suavidad de un Merlot, Katzenbach la compleja sencillez de un Cabernet Sauvingnon y Shakespeare irá bien con absolutamente todo.
Espero ser acompañado, aplaudido y también criticado en este camino que me he propuesto. No soy ni seré dueño de ninguna verdad, y los comentarios aquí vertidos estarán absolutamente cargados de subjetividad.
Espero recibir muchas críticas y sugerencias... Ahora, a leer y beber para poder escribir...
Hasta la próxima.