Tras varios días sin escribir para el blog, quise retomar con un maridaje que valga la pena. Busqué varias opciones, y como un homenaje muy pequeño para los 33 hombres que están dando una lección al mundo, decidí cruzar los andes en la elección del vino y de la obra que mariden entre sí y adornen este post. La cepa y el autor deben ser insignia del país trasandino. Por ello, un Carmenère acompañará a Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda a lo largo de estas líneas.
El propio Gabriel García Márquez, quien formara parte de este blog hace algunas semanas, definió a Neruda como “El más grande poeta del Siglo XX en cualquier idioma”. No cuento con el conocimiento o la capacidad como para poder decir que el Carmenère Reserva 2008 de Santa Carolina es el mejor Carmenère en cualquier idioma, pero sin dudas es un gran exponente de la cepa trasandina.
Entre todas las obras de Neruda, en las cuales podemos encontrar cantos a nuestra Atlántida, donde él supiera tener una casa de veraneo que actualmente funciona de museo en la rambla del balneario, elegí dos poemas referidos al vino. Se trata de la Oda al vino y El estatuto del vino. En el primero Neruda desarrolla un gran paralelismo entre el vino, el amor y la mujer amada. Habla del Carmenère Reserva de Santa Carolina, y de todos los vinos, particularmente los tintos.
Vino color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio…
El vino elegido para este maridaje brilla con la fuerza del día, pero con una oscuridad propia de la noche. Es de color rojo intenso, con bordes de purpúreas señales de su calidad y su capacidad de esperar un poco más para su disfrute.
El vino mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros, caen peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Los taninos de este vino, están presentes pero suavizados por los meses que el mágico líquido descansó en soberbias barricas de roble que brindaron todo lo posible para redondear un muy buen vino. Sus aromas son complejos, donde se puede identificar el chocolate, el tabaco y algún fruto negro, que al leer la nota de cata descubrimos que se trata de ciruelas. También están allí, según quienes realmente saben, aromas a cedro y especias.
Varias veces a lo largo de este blog hemos hablado de que el verdadero maridaje, el más importante de todos, es el vino y la situación de consumo. Tal vez sea eso lo que nos expresa Neruda cuando le habla a alguna de sus mujeres al decir:
Amor mío, de pronto tu cadera
es la curva colmada de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.
El final de boca del Carmenère Santa Carolina reserva 2008 es intenso y duradero, como los poemas y lenguaje del autor chileno. En Estatuto del Vino, donde la presencia del glorioso brebaje no es tan optimista como en Oda al Vino, habla acerca de la valentía de la bebida de la siguiente forma:
Yo sé que el vino no huye dando gritos
a la llegada del invierno,
ni se esconde en iglesias tenebrosas
a buscar fuego en trapos derrumbados,
sino que vuela sobre la estación,
sobre el invierno que ha llegado ahora
con un puñal entre las cejas duras.
[…]
Y entonces corre el vino perseguido
y sus tenaces odres se destrozan
contra las herraduras, y va el vino en silencio,
y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde
rostros, tripulaciones de silencio,
y el vino huye por las carreteras,
por las iglesias, entre los carbones,
y se caen sus plumas de amaranto,
y se disfraza de azufre su boca,
y el vino ardiendo entre calles usadas,
buscando pozos, túneles, hormigas,
bocas de tristes muertos,
por donde ir al azul de la tierra
en donde se confunden la lluvia y los ausentes.
Cada copa, cada sorbo de este Carmenère Santa Carolina Reserva pide otro más. Esta cepa, en un principio buscaba acompañar y reforzar vinos más ligeros, pero luego de su perfeccionamiento logró un vino con buen cuerpo y gran color, con taninos más amables tal vez que un Cabernet Sauvignon, pero con una elegancia según los entendidos un poco menor al Merlot. Este exponente, de buena relación calidad precio, que lo convierte en un gran regalo con el cual quedaremos muy pero muy bien, tiene notas de roble que lo redondean mucho más cuando se lo compara con otro joven, que directamente pase del proceso de fermentación a la botella. Vale destacar una particularidad de los vinos chilenos. La categoría “Reservado” en realidad se refiere a un vino de menor calidad, sin presencia de barricas y sin un proceso que lo enaltezca. La categoría “Reserva” sí presenta un proceso más complejo, que lo hace un vino más redondeado y de un precio mayor.
Por último, y volviendo al amor y el vino; al amor al vino y al amor del vino, dejo el final del poema más optimista de los dos elegidos para este maridaje.
Pero no sólo amor, beso quemante
o corazón quemado eres, vino de vida,
sino amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina, abundancia de flores.
Amo sobre una mesa, cuando se habla,
la luz de una botella de inteligente vino.,
Que lo beban, que recuerden en cada gota de oro
o copa de topacio o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio, a recordar la tierra
y sus deberes, a propagar el cántico del fruto.

Como hice en oportunidades anteriores, dejaré un poco de lado el maridaje propiamente dicho para escribir sobre el vino en la literatura. Navegando por Internet encontré un libro escrito por Miguel Ángel Muro, un profesor de Literatura de la Universidad de la Rioja en España, llamado El Cáliz de las Letras. En él repasa el papel que ha tenido el vino como “motivo literario” y la relación entre esta bebida y la literatura. La temática, que parecería ser muy interesante, hace referencia a aportes de Homero, Cervantes, Balzac, Neruda, Shakespeare y muchos otros al mundo del vino. La historia de la literatura es, según el autor de este compendio, una historia del vino y ambas constituyen una parte importante de la historia cultural universal.
Justamente el escritor inglés William Shakespeare escribió el “mayor elogio” literal que se conozca del Jerez. En la obra Enrique IV, el personaje Falstaff, cuya vida es la taberna, la juerga y el vino, considera a este último como la fuente de las virtudes de un hombre. “A fe que este mozo impasible no me aprecia, ni hay quien le haga reír. No es de extrañar: no bebe vino. Estos jóvenes tan sobrios no llegan nunca a nada, pues se enfrían tanto la sangre con bebida floja y comen tanto pescado que pillan una especie de clorosis masculina y, cuando se casan, sólo engendran mozas. Suelen ser necios y miedosos...”
Posteriormente entona un monólogo, tal vez el más entusiasta, emocionante y justo con el vino de Jerez:
“Un buen jerez produce un doble efecto: se sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida), se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen jerez es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el jerez la calienta y la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y entonces los súbditos viles y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante su capitán, el corazón, que reforzado y entonado con su séquito, emprende cualquier hazaña. Y esta valentía viene del jerez, pues la destreza con las armas no es nada sin el jerez (que es lo que la acciona), y la teoría, tan sólo un montón de oro guardado por el diablo, hasta que el jerez la pone en práctica y en uso. De ahí que el príncipe Enrique sea tan valiente, pues la sangre fría que por naturaleza heredó de su padre, cual tierra yerma, árida y estéril, la ha abonado, arado y cultivado con tesón admirable bebiendo tanto y tan buen jerez fecundador que se ha vuelto ardiente y valeroso. Si yo tuviera mil hijos, el primer principio humano que les enseñaría sería el de abjurar de las bebidas flojas y entregarse al jerez.”
Sin embargo, la visión del autor en la misma obra con respecto al vino es ambigua. A la hora de describir despectivamente a otro personaje escribe sin piedad: “Te acosa un diablo encarnado en un viejo gordo, un tonel de compañero. ¿Por qué te juntas con ese baúl de fluidos, ese barril de bestialidad, ese hinchado costal de hidropesía, ese enorme pellejo de vino, ese fardo cargado de tripas, ese buey asado de feria relleno de morcilla, ese venerable Vicio, esa canosa Iniquidad, ese padre Rufián, esa añosa Vanidad? ¿En qué destaca sino en catar y beber vino?”
Este es el segundo humilde homenaje en este mes para el autor más brillante de todos los tiempos y la bebida más humana de todas.
Para el primer maridaje del mes de agosto decidí usar de forma más que humilde al autor que marcó un antes y un después en la historia. ¿Por qué? Porque luego de él, nadie más volvió a innovar. Escribió sobre el amor, la muerte, la traición, el hombre, la venganza, la pasión y todos los temas habidos y por haber. Me refiero a William Shakespeare.
Entre las innumerables obras de su autoría, elegí el drama del año 1595 Romeo y Julieta para acompañar un Merlot Reserva de Toscanini del año 2006.
Esta obra relata una historia de amor nacida del odio de dos familias de la Verona del siglo XVI. Los Capuleto y los Montesco luchaban sin una razón certera todo el tiempo, cansando a los habitantes de la ciudad, sus gobernantes y hasta a algunos de los integrantes de las familias. Los integrantes más jóvenes de esas familias (Romeo en los Montesco y Julieta en los Capuleto) se conocen en una fiesta brindada por la familia de ella y allí comenzará un amor imprudente, eterno y efímero.
El porqué de este maridaje es absolutamente subjetivo. Para mí el vino que mejor representa el amor, el buen amor, es el Merlot. Suave pero intenso, con un despliegue potente desde un primer instante en el que se sabe si será o no duradero, si valdrá o no la pena. En ciertos casos, al igual que en la vida, existen las decepciones, pero este maridaje no sabe de ellas. Un gran amor y un buen Merlot tienen cosas en común, una permanencia que se intuye en el primer sorbo; un sabor que nos pide a gritos seguir y un color diferente a todo lo que se ha visto. Para resumir, el amor es, como el propio protagonista de la obra indica a su amigo Benvolio “¿Qué más puedo decir de él? Diré que es locura sabia, que emponzoña, dulzura embriagadora”. Quien desee tomar esa frase para describir el Merlot, se acercará mucho a lo que creo que es.
El vino fue elaborado a partir de uvas seleccionadas del viñedo Paso Cuello. Este lugar, con su suelo arcilloso de gran permeabilidad, permite alcanzar una gran madurez de la fruta. Esperar la correcta maduración es esencial a la hora de concebir un gran vino como este. Pero no sólo en lo que a vides y vinos se refiere, muchas veces, el apuro y la ansiedad conllevan al error o la imprudencia. “Los árboles excesivamente inmaduros no prosperan. Yo he confiado mis esperanzas a la tierra y ellas florecerán.” Con estas palabras comienza el padre de Julieta a hablar de ella frente al pretendiente Paris, tratando de evitar éste proponga matrimonio a su hija.
Los ocho meses en barrica le dan un toque de madera que se siente en boca y nariz pero no opaca las características de la cepa. Según Alejandro Dolina, ocho meses es el momento en que una relación se vuelve trascendente, en este caso, ese tiempo fue el correcto para generar un vino con una de las mejores relaciones calidad precio que he observado.
“Raras son las virtudes que esparció la generosa mano de la naturaleza, en piedras, plantas y yerbas”. Esta frase forma parte del primer parlamento de un personaje importantísimo en la obra, el Fray Lorenzo, quien tratará de enlazar a estos dos jóvenes, a pesar de sus reparos. Algunas de esas virtudes se encuentran en cada copa del Merlot Reserva 2006 de Toscanini. Sus aromas son complejos y sorprendentes. Las notas especiadas se combinan con el roble y con frutos negros. Este personaje aconseja a Romeo amar con moderación pues “el exagerado dulce de la miel empalaga”. Tanto en el vino como en el amor, a pesar de las propiedades embriagantes de cada uno, hay que cuidar de no perder el rumbo y cegarse por algunos de ellos, permitiendo así su total disfrute.
Los taninos en el vino están muy presentes, aunque aterciopelados, al igual que el drama en Romeo y Julieta, grande por el final ya conocido por muchos, pero apaciguado por la eterna compañía de los amantes.
Julieta dice que “el auténtico amor es más pródigo de obras que de palabras; más rico en la naturaleza que en la forma” De la misma manera, este vino, sin palabras innecesarias en su etiqueta o algún medio, sin presentaciones ostentosas, deja toda su virtud en su contenido, en su naturaleza misma. Es obra de un trabajo cuidado, gracias a una gran materia prima y un proceso que enaltece la cepa.
Los amantes logran casarse en secreto y sueñan con escapar, sin embargo el destino vuelve a separarlos por el odio que enfrenta a sus familias. Julieta bebe un brebaje que simulará su muerte, para evitar ser casada con Paris y poder esperar a su amado. Un brebaje algo espeso y refrescante, con una untuosidad similar a la del Merlot Reserva 2006 de Toscanini.
Romeo, no enterado de las intenciones de su amada y creyendo en su muerte, decide terminar con su vida. Julieta al despertar y descubrirlo, utiliza su daga para acompañar a Romeo. De esa forma termina una de las mayores obras de todos los tiempos y va llegando a su fin este pequeño homenaje.
El amor unió a dos personas destinadas a sufrir. Sus muertes unieron a dos familias enemistadas. Creo fervientemente que el vino elegido podrá unir a muchas personas, esperemos con mucho mejor resultado que el vivido por Romeo y Julieta.