
Hoy tomaremos un libro argentino y un vino uruguayo. El libro pertenece a un gran autor con mucha tradición, mientras que el vino es de una bodega bastante nueva, pero que ya promete bastante.
Ambos elementos son fáciles de consumir, pero no por eso pasan desapercibidos por nuestros sentidos. Estoy hablando de “El túnel”, una novela de Ernesto Sabato de 1948, un libro de algo más de 140 páginas pero lleno de contenido, con acciones, pensamientos y delirios que viajan tan rápido como nosotros por el libro. Se trata de una historia de amor tan dulce como amarga, con un final desgraciado y delirante. Una historia pesimista con vestigios de esperanza. El pintor Juan Pablo Castel comienza contando el final, que mató a su amada María Iribarne, la única que fue capaz de notar en un detalle de una pintura en un momento toda la profundidad del alma del artista. Lo que comenzó como una tierna historia de amor, se va convirtiendo en algo casi enfermizo, con un amor exacerbado con ribetes de una relación entre Frida Kahlo y Diego Rivera. Un amor característico de un artista y su musa (aunque en este caso, una musa posterior a la obra).
El vino de hoy pertenece a Trece Parcelas y se trata del Tannat Merlot 2010. ¿Por qué? Porque esa combinación posee las características de esta historia. La dulzura de un amor que recuerda al adolescente, con la amargura y la fuerza de una historia violenta, una relación enfermiza y astringente.
Castel se enamora inmediatamente de María cuando, en una exposición de sus obras, la nota perdida observando un detalle que para muchos pasó inadvertido. Se trataba de la imagen de una mujer en la playa, sola, mirando la nada, sugiriendo una “soledad ansiosa y absoluta”. El gran dolor y amor que vivía en María Iribarne hizo que se concentrara y se encontrara en esa pequeña ventana dentro de un cuadro. Una imagen dentro de otra, una introspección de ella misma retratada por un desconocido, que a su vez se retrata a sí mismo. Un aviso del encuentro de un alma gemela, de un alma sola y errante, buscándola y buscándose.
Cuando Castel comienza a describir a María, da una idea muy particular acerca de la mirada, tomándola como un atributo emocional o personal antes que físico, lo cual creo es verdad. Los ojos, su forma y su color, son atributos físicos, objetivos, pero lo que está detrás de ellos no, eso es parte de la persona y surge de su interior. Cuántas personas conocemos con ojos que cumplen con todos los cánones sociales de la belleza, pero poseen una mirada muerta, nula, vana. O todo lo contrario, gente que detrás de unos ojos “comunes” esconde una mirada enorme, llena de cosas para contar y descubrir. Supongo, tomándome el atrevimiento de parafrasear a Sabato que lo mismo sucede con la sonrisa, personas con una dentadura y una boca perfectas, pueden carecer de una sonrisa sincera, compañera y acorde.
De igual forma el color de un vino es un aspecto objetivo, medible e indiscutible. Pero el lugar a donde nos traslada, esa clara oscuridad que se ve en la copa de este Tannat Merlot 2010, es única para cada uno. Se ven vestigios de la historia, se ve lo oscuro que empaña una historia de amor, y lo brillante de ésta resaltando y encandilando por sobre lo negruzco del fatídico desenlace.
Castel comienza a desesperarse y a solicitar toda la atención para si, reclamando y cayendo en su gran error: pensar más que sentir, diagramar más que crear. Sólo cuando dejaba ser y fluir su sentir, surgía lo mejor de él, tanto en su pintura como en su amor hacia María. Las dudas dan paso a interrogatorios, los cuales, al no recibir la respuesta deseada, abren más dudas aún, generando un espiral de desesperación que desemboca en faltas de respeto inmediatamente arrepentidas.
Cuando probamos este Tannat Merlot con los sentidos abiertos, lo notamos reticente a mostrarse enseguida. Debemos conocerlo, esperarlo, romper esa barrera que se nos presenta por ser en parte un Tannat joven. Luego de un rato, su aroma se devela y comienza a mostrarse tímidamente, sin revelarse del todo, aguardando también por nuestro esfuerzo y paciencia.
María solamente ama a Castel, pero no sólo es amada por él. Esta carencia de exclusividad se da con este vino, el cual obviamente no será disfrutado sólo por nosotros, tal vez nuestra tarea sea simplemente ser quiénes más lo disfrutemos. Si Castel hubiera hecho eso, seguramente la primera frase del libro no presentaría el homicidio de su amada. Él no soporta la idea de compartir su amor, y mucho menos el no estar seguro de éste. María es un enigma en su sentir y proceder, que desespera a Castel.
El nombre del libro refiere a una alegoría de la vida que el personaje desarrolla, como túneles individuales que vamos recorriendo esperando un momento en que se crucen con otros, sin saber que muchas veces se mantienen paralelos por siempre. Cada tanto las paredes se vuelven vítreas, dejando ver lo que está del otro lado. Es acaso la esperanza de esa intersección lo que nos hace seguir, y algunas veces perder de vista otros cruces posibles. Será por eso acaso que Castel no decidió consumar una de tantas ideas suicidas. Es la espera por esa ventana hacia el otro lado y la desesperación de los espacios en negro lo que hace que se apure a sacar conclusiones llenas de lógica, pero con la lógica enceguecida del amor.
Como hablamos en post anteriores, la búsqueda de un ideal (en los vinos, personas, lecturas, etcétera) lejos está de ser una pérdida de tiempo, pero no por ello debemos cegarnos y ceñirnos a nuestro túnel, considerando y disfrutando los diferentes cruces y ventanas que se nos presentan en el camino. El cruce de estas dos cepas maravillosas permite encontrarnos con una pared vítrea que da paso a un cruce donde sentir nuevas sensaciones. La combinación perfecta y armónica entre lo aterciopelado del Merlot y los taninos maduros del Tannat, que se presentan amablemente en la boca.
Este vino es la conjunción perfecta de las almas de María y Castel, esa mezcla de suavidad con astringencia, de dulzura y acidez, de claridad y oscuridad. Esa serie de ambigüedades de las que está formada la vida y la mayoría de los amores.
La imagen que acompaña este post tiene poco que ver con el libro en realidad, pero es una buena representación de un túnel personal, un crisol de colores que describe cada alma.
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