lunes, 30 de diciembre de 2013

MARIDAJE DE FIN DE AÑO, DE FIN DE ETAPA

Esta vez no tengo mayores excusas por la demora más que una gran pereza de mi parte. Cuando los ruidos bajan, las luces comienzan a apagarse y uno se queda solo consigo mismo, es decir, ese momento ideal para teclear lo que anduvo dando vueltas todo el día por la cabeza y el pecho, muchas veces elijo, a veces de forma consciente y otras no, hacer alguna otra cosa.

Pero como he repetido en varias oportunidades, no me voy a quejar por lo que fue o no fue, sino que aprovecharé este arranque de mis dedos y mis palabras.

Hoy cambiaré el concepto del blog. Hoy no habrá libro ninguno, aunque sí una historia. Hoy no habrá textos de referencia, sino situaciones. Hoy no habrá un título sugerido, sino un camino relatado.

Esta época con una mezcla agridulce de consumismo y apelación a lo mejor de cada uno es el momento ideal (al menos para mí), para hacer un balance del año. Además cumplir años de estos días da la ventaja logística de poder hacer sólo un conteo anual…

El maridaje de hoy será entre uno de mis vinos favoritos y uno de mis años favoritos. El 2013, o mis 30 años, dejaron mucho para reflexionar y pararse como otra persona. El vino del que hablaré, cambió mis paradigmas sobre los vinos blancos y cada vez que lo pruebo me lleva a un lugar dónde el mundo se ve mejor. Es que tal vez todo se ve mejor según no el cristal con el que se mire, sino lo que contenga.

De este vino ya hablé en realidad haciendo un maridaje con El Principito. Pero vale la pena hablar nuevamente de él (de El Principito también obviamente, pero no en estas líneas).

Se trata del Chardonnay Cuna de Piedra de Los Cerros de San Juan. Un vino que tiene todo lo que tiene que tener, para un año que tuvo todo lo que tuvo que tener. Es que en definitiva las cosas son lo que son, y no más (ni menos). Con el tiempo entendí eso y logré disfrutar mucho más lo cotidiano, desde una copa de vino, hasta los días que se rescatan y rememoran de cada año.

Obviamente que un año no puede tener 365 días fantásticos, al igual que los vinos no son todos excelentes. Hay una gran mayoría de vinos y días regulares, otros tantos con defectos y varios que enloquecen. Por suerte este año tuvo varios de esos días y por eso merece cerrarse con un vino de locos.

Este Chardonnay con once meses de barrica se convierte en un vino blanco que ya entra a la copa con otra presencia que un vino blanco tradicional (entiéndase sin barrica). De inmediato viste el cristal de un color intenso, con aristas doradas. Inmediatamente augura una experiencia más que interesante, de la misma forma que el comienzo del año con amigos dando pasos importantísimos y otros tantos acompañándolos prometía un año que daría que hablar.

Es sumamente brillante y se puede ver todo a través de él. Ver por ejemplo y aún más claros pequeños logros del año. Ver una carrera fascinante con un grupo espectacular y amigos que merecen mil brindis. Ver un avance en un empleo que me hace sonreír la mayor parte de los días. Ver en las lágrimas del vino mientras caen lentamente esos días en que todo tenía más y nuevos aromas y colores. Como todo, como siempre, ese movimiento se detiene. Como todo, como siempre, es cuestión de mover nuevamente la copa para tratar al menos de repetir ese proceso.

En nariz se descubren aromas fascinantes y dulces, como muchas de las personas que descubrí este año. Hacer una lista sería largo, innecesario y seguramente una fuente de imperdonables omisiones. Además no sólo sería de la gente nueva, sino también de la ya conocida pero redescubierta. Como cuando un vino que ya probamos lo volvemos a probar al tiempo, y vemos que cambió. A veces para bien, otras no tanto, pero es distinto. Además nosotros también cambiamos en ese período, por más breves que sea.

Esos encuentros, esos cruces en los períodos de vida de nosotros y un vino, o de nosotros con otros, deberían ser la unidad de medida del tiempo y no esta cosa que nos apura de un lado al otro sin poder ver los cambios y lo constante que hay detrás de ello.

Alguna vez escribí por ahí que a pesar de una mala experiencia con un vino, no servía de nada negarse a volver a intentar. Lo mismo se aplica a cualquier otro aspecto de la vida. Los vinos que quedan olvidados (no estoy hablando de esperar un vino) en una estantería o un armario sólo sirven para juntar mugre… Salvo que estemos dispuestos a volver a intentar, sacarlos, decantarlos, tratarlos como se debe y disfrutarlos como se merecen. La chance de la decepción siempre está, pero siempre llega el vino con el que brindar por lo que viene y también por lo aprendido. Hay que recordar las botellas que no nos gustaron, para evitar esas y sólo esas. Hay que buscar un gusto propio, el de eso que nos hace más felices, que nos hace mejores, que nos convierte por algunos minutos al día, al mes, al año, en eso que queremos ser.  

El vino siempre merece otra oportunidad, pero si nos falla siempre el mismo vino, el problema radica en nuestro capricho inconsciente de repetir lo mismo buscando un resultado diferente, una de las definiciones básicas de la locura, cuyos síntomas son muy parecidos a los de una pasión.

En boca es amplio, con gran personalidad muy refrescante y untuoso. Tiene un largo final y queda presente en la garganta y en el pecho, al igual que este año seguramente. Obviamente que tiene, como todo vino, como todo año, algo de acidez. En este caso (ya no sé si hablo del vino o del año) la misma es sumamente refrescante, haciéndolo aún más perfecto (puede ser el vino o el año). ¿Podría ser mejor? Obviamente que sí, pero no perderé tiempo pensando cómo, veré en diciembre del año que viene qué vino acompaña el 2014.

Por último hablaré de un sentido que está muy descuidado en las notas de cata y en los diferentes cursos de vinos. Se trata del oído. Allí es donde se encuentra lo mejor de este vino y de cualquier otro. En el sonido. No el sonido del vino cayendo en la copa como se puede llegar a escuchar en alguna parte, sino el sonido de dos copas chocando, porque eso determina que hay alguien del otro lado de la mesa, y eso convierte a ese vino y a ese momento como el maridaje ideal. Por suerte me tocó brindar muchas veces este año con gente a la que quiero mucho, y si bien no tengo mucho oído, considero que el sonido de los brindis con este Chardonnay es particularmente dulce.

Por lo pronto va quedando decir salud y a empezar con todo el 2014. Para aquella gente para la que tal vez este año fue algo astringente, siempre hay otro vino y otro brindis por delante. Por las nuevas 365 razones para brindar que vienen. Salud.  



jueves, 1 de agosto de 2013

UN ATRASADO PERO SIEMPRE A TIEMPO FELIZ DÍA

Podríamos estar días (y serían días muy bien aprovechados) discutiendo cuál es, en caso de necesitarla, la razón de ser del vino. A mí me agrada mucho decir que su motivo es la celebración. La celebración de la vida, el amor, la esperanza, los triunfos, la derrota y para el maridaje de hoy, la amistad.

Estos maridajes nacen a veces desde el vino, otras desde los libros, pero otras tantas como comenté en el número anterior, desde el momento que estemos viviendo y sobre todo, con quién. Se festejó hace poco el día del amigo (como todos los días, pero oficial), por ello la parte literaria del maridaje de hoy tendrá que ver con eso.

Son miles los autores que han hablado de la amistad, yo elegiré a uno de mis favoritos, Julio Cortázar, quien además de ser un maestro de la narrativa, también derrochaba talento en poesías. Hoy tomaré prestado el poema “Los Amigos”, dejando de lado un sinfín de textos absolutamente brillantes. También tiene un cuento con el mismo nombre muy recomendable, pero que no usaré para esta columna.

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.

Vayamos al vino… ¿Qué vino va bien con los amigos? La respuesta es obvia, todos. Desde el más fino hasta aquel que rescata la sonrisa de los más humildes. Desde el que sirve para brindar por los negocios más millonarios, hasta por los amores que no tienen precio. Pero se hace necesario elegir uno, así que vayamos a Argentina, hogar de este escritor nacido en Europa pero criado cruzando el charco.

Si hablamos de Argentina, hablemos de Malbec. Si hablamos de Argentina, hablamos de orgullo, a veces exacerbado y empalagoso, pero en algunos casos digno de imitar. Vivimos diciendo que no queremos ser como ellos, pero consumimos e imitamos sus programas y revistas sobre vidas ajenas y vacías, pero no aquello que vale la pena. Su patriotismo, su defensa de lo suyo, la creencia en sí mismos, eso debería ser obligatorio de imitar.

El vino es un ejemplo, decretando el día internacional del Malbec, promocionándolo en el mundo, promocionándose en el mundo.

Usaré el Malbec en general, a pesar de poder encontrar infinidad de tipos de este vino. De la misma forma, podemos encontrar infinidad de tipos de amigos, desde aquellos con una gran intensidad característica de casi todos los Malbec, hasta otros que no se destacan exactamente por lo que uno ve en un primer momento. Lo bueno del Malbec, es que todos ellos entran en una ronda de amigos, en el tabaco, en el café, en el vino mismo. Lo bueno de los amigos, es que acompañan bien cualquier momento, siempre y cuando se los tome para vivir las horas, y no como algunos piensan, para matar el tiempo.

Un amigo puede ayudar a celebrar, recordar u olvidar, siempre y cuando se brinde con precaución. El vino invita a los amigos y viceversa, y en ocasiones más que justificadas, se puede perder de vista el motivo inicial del brindis.

Un Malbec nos esperará con un dulce canto en nuestra boca, con taninos presentes pero no agresivos, como el consejo o la opinión sincera de nuestro amigo, que puede herir tal vez, pero se convierte en la mejor herida que se puede tener. Porque cuando viene de un amigo, no importa qué es lo que se canta por el camino, esa canción viene seguida de un brindis, y es en ese brindis que nos convertimos en canción.

Si se trata de un Malbec añejo, al igual que una amistad de guarda, los tonos de café y demás signos de evolución serán evidentes. Tanto uno como otro (más que nada y preferentemente los amigos) nos aguantarán a flote en medio de las tormentas más duras de la vida. Y si los dos se acaban, nos quedará una botella vacía en la cual guardar un mensaje, a sabiendas que el verdadero amigo vendrá a brindar con nosotros justo antes de lanzar la botella al mar.

Brindemos por los amigos que no están, pero más que nada brindemos con los que son “mano tibia y techo” para nuestros sueños, nuestras victorias, nuestras derrotas, nuestro llanto evidentemente oculto.


Brindemos por el recuerdo. Pero por el recuerdo que estamos construyendo, para que mañana, cuando toque reunirnos donde el vino siempre es bueno y alcanza para todos, haya mucho por lo que brindar. 

martes, 30 de julio de 2013

CAÍDA SIN JAMÁS TOCAR EL SUELO

Como siempre, más vale tarde que nunca para publicar y por eso, más alguna casualidad (o causalidad) estoy compartiendo un nuevo maridaje. Uno cuyos integrantes han tenido en mi una importante y profunda permanencia. 

Este viaje que he ido recorriendo en estos años se podría resumir en una palabra, en “descubrir”. Descubrir vinos, libros, descubrir qué generan en nosotros; descubrirnos a nosotros y por qué no, a nosotros en ellos.

El libro elegido hoy tiene una complejidad y estructura más que interesantes. Sus colores y aromas son profundos y tal vez necesita de un poquito de entrenamiento, pero es un viaje sumamente recomendable. Viaje tal vez sea la palabra adecuada para “Altazor”, del autor chileno Vicente Huidobro.

Altazor se podría resumir como la historia de un poeta que cae del cielo a la tierra, refiriéndose al camino que existe desde el nacimiento a la muerte, con la caída que eso significa y el aprendizaje correspondiente. Altazor es entonces nuestra historia diaria, porque día a día hacemos ese mismo viaje, luchando contra las partes más oscuras de nosotros y del mundo. De tanto en tanto, tomamos una ráfaga llena de aromas, un sorbo de esperanza que nos eleva nuevamente y nos mantiene planeando en medio de la luz durante un rato, ajenos a la realidad a veces dura. Es un poema dividido en una introducción y seis cantos, del cual el primero es la presentación, el segundo una oda a la mujer y el resto una recorrida metafísica y vanguardista por el sentir del autor.

El vino será chileno también. Tinto, en cuya intensidad de color nos podamos perder. Será complejo pero muy gratificante y sobre todo, dejará un recuerdo intenso en nuestro ser. Se trata del Carmenére Merlot de Oveja Negra (Viña San Rafael).

Huidobro manifiesta en varios pasajes un descenso de la fe. No entraré en terrenos teológicos, pero sí adaptaré su discurso para la pérdida de la fe, entendida como la fe en los hombres, en las mujeres, en la nueva generación, en los mayores, en los políticos, la selección, los músicos que no vienen, los amores que no llegan, los destinos que no se alcanzan, el vino.

No, el vino no. Y con ello todo lo demás tampoco. Brindo por los caballeros que aún luchamos, por las mujeres que nos pueden, por los niños llenos de esperanza y los mayores constructivos. Por los políticos que… por la selección, los músicos que si vienen, los amores que llegan (o los que no, pero nos dejan seguir soñando), el destino que se presenta cada tanto, y por el vino.

Huidobro habla de la inequívoca relación que existe entre la inteligencia y la felicidad “La conciencia es amargura, la inteligencia es decepción, sólo en las afueras de la vida, se puede plantar una pequeña ilusión”. Si bien es cierto que cuanto más inteligentes, sensibles y conscientes seamos, más proclives estaremos a percatar lo que sucede alrededor, con sus sombras, garras e injusticias; también es cierto que siendo cada vez más inteligentes, sensibles y conscientes podremos reflexionar a la sombra de una copa llena de un vino intenso, casi negruzco y disfrutar de los destellos de luz que lo atraviesan sobresaliendo de la oscura realidad. Más importante, plantaremos una pequeña ilusión en medio de la vida y no fuera de ella. Podremos bajar un sueño y cuidarlo para que crezca, para que crezcamos nosotros.

Si toca que ese sueño se estampe contra las rocas injustas de alguna orilla a la que no queremos arribar, contemplemos los restos un instante, levantemos la vista, la copa y sigamos, ya que tendremos una ilusión eterna.

El segundo canto es un brindis en sí mismo. Habla de la mujer (el amor) en toda su expresión, como un faro en medio de la oscura soledad, la monotonía del mundo y la vida. “Si tú murieras, las estrellas a pesar de su lámpara encendida perderían el camino. ¿Qué sería del universo?” La mujer entendida como la poesía, la poesía entendida como un destello de luz, la luz como la esperanza, la esperanza como el amor y el amor entendido como un brindis eterno. Cada cual otorgará al vino las características románticas que elija, pero creo que un vino como este, que en nariz despliega chocolate, café, frutos y un dejo de pimienta de fondo, acompañará perfectamente cualquier momento, siempre y cuando se trate de un momento compartido.

Huidobro dice acerca de la mujer que “Detrás de ti la vida siente miedo porque eres la profundidad de toda cosa” La vida siente envidia en realidad, porque es el amor el que nos puede hacer disfrutar de la caída inevitable y del final despiadado.

El vino es sedoso en boca, pero al mismo tiempo posee gran persistencia. Este un punto en común con el libro. Ambos elementos quedarán en nosotros y nos transformarán en nuevas personas (al igual que toda nueva experiencia). Qué hacer con este nuevo aprendizaje antes de la eterna oscuridad será cuestión de cada uno.

Así, acariciando ilusiones, decantando amores, “embotellando sonrisas como licores” mientras el resto de las cosas siguen su rumbo inequívoco hacia un final irrefutable, es que estamos día a día en este viaje sin fin. Viaje que lejos tiene que estar de ser oscuro, sino que puede estar lleno de aromas y sabores inolvidables, de sensaciones profundas, de guardas en secreto, de crianza que nos haga evolucionar.

Algunos afortunados encontrarán su faro y podrán descansar a la luz intermitente de un amor. Aquellos que no tengan la suerte de hallarlo, tendrán la fortuna de seguir errantes, en busca del mayor destello, descartando caminos y aprendiendo. Cayendo, siempre cayendo, pero simplemente para volverse a levantar y continuar. El final de la caída nos espera a todos y ahí seremos todos iguales y podremos brindar, ya sea con el vino elegido el día de hoy, o el que mejor maridaje forme con nuestra historia.





La imagen elegida no tiene nada que ver con el poema, sino con el autor. Es un retrato de él hecho nada más ni nada menos que por el mismísimo Picasso. 




miércoles, 17 de abril de 2013

UN VINO QUE CAMBIA SIN CAMBIAR

Comenzando el año tarde como de costumbre, apurado por lo urgente y utilizando mal el poco tiempo restante, lo importante se va relegando. Pero clama bien profundo y necesita a veces salir de alguna manera. Hoy la lectura participante de este viaje será “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde.

Antes de comenzar en el maridaje de hoy, haré una salvedad acerca de la última película del mismo nombre. Sabido es que la enorme mayoría de las veces, las películas son de inferior calidad al libro en el que se inspiran. La versión fílmica de El retrato de Dorian Gray lleva esa inferioridad a niveles nunca antes vistos.

Hecho el desahogo (no consultado, como casi todos los desahogos que vale la pena hacer), pasaré a comentar algo acerca del libro. Para aquellos que no tengan idea de qué se trata se podría resumir como un tratado sobre el poder de la belleza, el peligro del narcisismo,  las ansias de juventud y la corrupción del alma de aquél que adopta como camino de vida la avaricia y desenfreno, o en vocabulario de puritanos, el pecado.

Dorian Gray es un joven de la Inglaterra de fines del siglo XIX que se caracteriza por su encanto (en todo nivel). Un día es retratado y desea en silencio que la belleza y juventud reflejadas en la obra de arte se mantengan por siempre. Alejandro Molina (personaje de Alejandro Dolina) comenta que los retratos tienen esa capacidad de decirnos que la persona retratada ya no está, ya sea en su totalidad o simplemente por el paso del tiempo.

Sin saber muy bien cómo ni por intervención de quién (algunos lo adjudican al demonio, personificado por Lord Henry, amigo de Dorian Gray de carácter cínico e irónico), su deseo se hace realidad y las consecuencias del paso del tiempo se hacen notorias en el retrato, más no en su propio cuerpo. No sólo las consecuencias físicas, como puede ser la aparición de una arruga o mancha, sino las consecuencias morales, es decir, el peso de una conciencia que gritaría y no dejaría dormir.

El vino que acompañe nuestra lectura hoy debe ser tinto indudablemente, acompañando la oscuridad del relato. Tiene que ser complejo, mantenerse con el correr del tiempo y tener una estructura importante.

Debe presentarse con sus mejores ropas, con un gran perfume y dejar un recuerdo en el alma. De la misma manera que Dorian Gray (y algunas personas fantásticas del mundo de la literatura y el real) cambian el ambiente en una habitación a la que ingresan, el vino elegido debe  transformar la copa en la que se sirve y a quien lo toma. De la misma forma que alguien puede pensar “ayer conocí a una persona cautivante”, un vino puede generar una sensación similar.

Decididamente se trata de un Tannat, pero de uno muy particular. Hoy será el Tannat Osiris 2005 de Antigua Bodega Stagnari, un vino que agradece el paso del tiempo y mejora día a día y año a año.

Muchas veces el Tannat es avaro de aromas, pero en este caso, al dejarlo un poco en la copa se siente una serie de perfumes que lo hacen muy elegante y distinguido. Aparecen aromas a frambuesas y moras sobre una base de notas especiadas logradas gracias a su larga guarda en roble americano, el cual otorga más rápidamente las características deseadas al vino que su pariente francés. Tal vez si Dorian Gray hiciera un vino pensando en sí mismo se decantaría por esta opción de barrica, ya que cuenta con la vorágine que él imprimió a su vida.

Para disfrutar plenamente de este vino es necesario decantarlo para que se airee y despierte de su largo sueño. Allí marcará su antigua juventud inalterada, como la de Dorian Gray. Dejará en su botella, como si se tratase de su propio retrato, alguna aspereza propia de los sedimentos de su elaboración, así como el retrato oculto de Gray marcaba sus asperezas morales a través de los años.

En boca es suave, sedoso pero al mismo tiempo con gran estructura y personalidad. Pasa de forma dulce pero con una lejana astringencia propia del discurso de alguien encantador que está en continuo proceso de engaño y un poco de cinismo. No necesariamente producto de una mala intención, sino de una juventud eterna, de la inocencia de la belleza.

Según el autor, se puede “Curar el alma por medio de los sentidos y los sentidos por medio del alma…”, si esto es así, una buena cura para un alma inquieta será una copa de este vino, o acaso, y volviendo a ser puritanos, un premio para un alma que deja dormir y no grita cuando todo se apaga.

Dorian Gray al final cree que matando el reflejo de su alma se deshará de sus tormentos, sin entender (quizá por la falta de pausa y reflexión de su vida) que esos tormentos, ese retrato, esa cara corrompida de cada uno de nosotros es parte de lo que somos. En el mejor de los casos para ir por otro camino. En otros se trata del orgullo que brinda el espejo día a día. Brindemos por ambos, por quienes nos enseñan por dónde ir y por quienes nos muestran, a veces de forma más útil, qué caminos se deben evitar si no queremos sentir gritos en medio del silencio.