miércoles, 17 de abril de 2013

UN VINO QUE CAMBIA SIN CAMBIAR

Comenzando el año tarde como de costumbre, apurado por lo urgente y utilizando mal el poco tiempo restante, lo importante se va relegando. Pero clama bien profundo y necesita a veces salir de alguna manera. Hoy la lectura participante de este viaje será “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde.

Antes de comenzar en el maridaje de hoy, haré una salvedad acerca de la última película del mismo nombre. Sabido es que la enorme mayoría de las veces, las películas son de inferior calidad al libro en el que se inspiran. La versión fílmica de El retrato de Dorian Gray lleva esa inferioridad a niveles nunca antes vistos.

Hecho el desahogo (no consultado, como casi todos los desahogos que vale la pena hacer), pasaré a comentar algo acerca del libro. Para aquellos que no tengan idea de qué se trata se podría resumir como un tratado sobre el poder de la belleza, el peligro del narcisismo,  las ansias de juventud y la corrupción del alma de aquél que adopta como camino de vida la avaricia y desenfreno, o en vocabulario de puritanos, el pecado.

Dorian Gray es un joven de la Inglaterra de fines del siglo XIX que se caracteriza por su encanto (en todo nivel). Un día es retratado y desea en silencio que la belleza y juventud reflejadas en la obra de arte se mantengan por siempre. Alejandro Molina (personaje de Alejandro Dolina) comenta que los retratos tienen esa capacidad de decirnos que la persona retratada ya no está, ya sea en su totalidad o simplemente por el paso del tiempo.

Sin saber muy bien cómo ni por intervención de quién (algunos lo adjudican al demonio, personificado por Lord Henry, amigo de Dorian Gray de carácter cínico e irónico), su deseo se hace realidad y las consecuencias del paso del tiempo se hacen notorias en el retrato, más no en su propio cuerpo. No sólo las consecuencias físicas, como puede ser la aparición de una arruga o mancha, sino las consecuencias morales, es decir, el peso de una conciencia que gritaría y no dejaría dormir.

El vino que acompañe nuestra lectura hoy debe ser tinto indudablemente, acompañando la oscuridad del relato. Tiene que ser complejo, mantenerse con el correr del tiempo y tener una estructura importante.

Debe presentarse con sus mejores ropas, con un gran perfume y dejar un recuerdo en el alma. De la misma manera que Dorian Gray (y algunas personas fantásticas del mundo de la literatura y el real) cambian el ambiente en una habitación a la que ingresan, el vino elegido debe  transformar la copa en la que se sirve y a quien lo toma. De la misma forma que alguien puede pensar “ayer conocí a una persona cautivante”, un vino puede generar una sensación similar.

Decididamente se trata de un Tannat, pero de uno muy particular. Hoy será el Tannat Osiris 2005 de Antigua Bodega Stagnari, un vino que agradece el paso del tiempo y mejora día a día y año a año.

Muchas veces el Tannat es avaro de aromas, pero en este caso, al dejarlo un poco en la copa se siente una serie de perfumes que lo hacen muy elegante y distinguido. Aparecen aromas a frambuesas y moras sobre una base de notas especiadas logradas gracias a su larga guarda en roble americano, el cual otorga más rápidamente las características deseadas al vino que su pariente francés. Tal vez si Dorian Gray hiciera un vino pensando en sí mismo se decantaría por esta opción de barrica, ya que cuenta con la vorágine que él imprimió a su vida.

Para disfrutar plenamente de este vino es necesario decantarlo para que se airee y despierte de su largo sueño. Allí marcará su antigua juventud inalterada, como la de Dorian Gray. Dejará en su botella, como si se tratase de su propio retrato, alguna aspereza propia de los sedimentos de su elaboración, así como el retrato oculto de Gray marcaba sus asperezas morales a través de los años.

En boca es suave, sedoso pero al mismo tiempo con gran estructura y personalidad. Pasa de forma dulce pero con una lejana astringencia propia del discurso de alguien encantador que está en continuo proceso de engaño y un poco de cinismo. No necesariamente producto de una mala intención, sino de una juventud eterna, de la inocencia de la belleza.

Según el autor, se puede “Curar el alma por medio de los sentidos y los sentidos por medio del alma…”, si esto es así, una buena cura para un alma inquieta será una copa de este vino, o acaso, y volviendo a ser puritanos, un premio para un alma que deja dormir y no grita cuando todo se apaga.

Dorian Gray al final cree que matando el reflejo de su alma se deshará de sus tormentos, sin entender (quizá por la falta de pausa y reflexión de su vida) que esos tormentos, ese retrato, esa cara corrompida de cada uno de nosotros es parte de lo que somos. En el mejor de los casos para ir por otro camino. En otros se trata del orgullo que brinda el espejo día a día. Brindemos por ambos, por quienes nos enseñan por dónde ir y por quienes nos muestran, a veces de forma más útil, qué caminos se deben evitar si no queremos sentir gritos en medio del silencio.