Comenzando el año tarde como de costumbre, apurado por lo
urgente y utilizando mal el poco tiempo restante, lo importante se va
relegando. Pero clama bien profundo y necesita a veces salir de alguna manera. Hoy
la lectura participante de este viaje será “El retrato de Dorian Gray” de Oscar
Wilde.
Antes de comenzar en el maridaje de hoy, haré una salvedad
acerca de la última película del mismo nombre. Sabido es que la enorme mayoría de las
veces, las películas son de inferior calidad al libro en el que se inspiran. La
versión fílmica de El retrato de Dorian Gray lleva esa inferioridad a niveles
nunca antes vistos.
Hecho el desahogo (no consultado, como casi todos los
desahogos que vale la pena hacer), pasaré a comentar algo acerca del libro.
Para aquellos que no tengan idea de qué se trata se podría resumir como un
tratado sobre el poder de la belleza, el peligro del narcisismo, las ansias de juventud y la corrupción del
alma de aquél que adopta como camino de vida la avaricia y desenfreno, o en
vocabulario de puritanos, el pecado.
Dorian Gray es un joven de la Inglaterra de fines del siglo
XIX que se caracteriza por su encanto (en todo nivel). Un día es retratado y
desea en silencio que la belleza y juventud reflejadas en la obra de arte se
mantengan por siempre. Alejandro Molina (personaje de Alejandro Dolina) comenta
que los retratos tienen esa capacidad de decirnos que la persona retratada ya
no está, ya sea en su totalidad o simplemente por el paso del tiempo.
Sin saber muy bien cómo ni por intervención de quién
(algunos lo adjudican al demonio, personificado por Lord Henry, amigo de Dorian
Gray de carácter cínico e irónico), su deseo se hace realidad y las
consecuencias del paso del tiempo se hacen notorias en el retrato, más no en su
propio cuerpo. No sólo las consecuencias físicas, como puede ser la aparición
de una arruga o mancha, sino las consecuencias morales, es decir, el peso de
una conciencia que gritaría y no dejaría dormir.
El vino que acompañe nuestra lectura hoy debe ser tinto
indudablemente, acompañando la oscuridad del relato. Tiene que ser complejo,
mantenerse con el correr del tiempo y tener una estructura importante.
Debe presentarse con sus mejores ropas, con un gran perfume
y dejar un recuerdo en el alma. De la misma manera que Dorian Gray (y algunas
personas fantásticas del mundo de la literatura y el real) cambian el ambiente
en una habitación a la que ingresan, el vino elegido debe transformar la copa en la que se sirve y a
quien lo toma. De la misma forma que alguien puede pensar “ayer conocí a una
persona cautivante”, un vino puede generar una sensación similar.
Decididamente se trata de un Tannat, pero de uno muy
particular. Hoy será el Tannat Osiris 2005 de Antigua Bodega Stagnari, un vino
que agradece el paso del tiempo y mejora día a día y año a año.
Muchas veces el Tannat es avaro de aromas, pero en este
caso, al dejarlo un poco en la copa se siente una serie de perfumes que lo
hacen muy elegante y distinguido. Aparecen aromas a frambuesas y moras sobre
una base de notas especiadas logradas gracias a su larga guarda en roble
americano, el cual otorga más rápidamente las características deseadas al vino
que su pariente francés. Tal vez si Dorian Gray hiciera un vino pensando en sí
mismo se decantaría por esta opción de barrica, ya que cuenta con la vorágine
que él imprimió a su vida.
Para disfrutar plenamente de este vino es necesario
decantarlo para que se airee y despierte de su largo sueño. Allí marcará su
antigua juventud inalterada, como la de Dorian Gray. Dejará en su botella, como
si se tratase de su propio retrato, alguna aspereza propia de los sedimentos de
su elaboración, así como el retrato oculto de Gray marcaba sus asperezas
morales a través de los años.
En boca es suave, sedoso pero al mismo tiempo con gran
estructura y personalidad. Pasa de forma dulce pero con una lejana astringencia
propia del discurso de alguien encantador que está en continuo proceso de engaño
y un poco de cinismo. No necesariamente producto de una mala intención, sino de
una juventud eterna, de la inocencia de la belleza.
Según el autor, se puede “Curar el alma por medio de los
sentidos y los sentidos por medio del alma…”, si esto es así, una buena cura
para un alma inquieta será una copa de este vino, o acaso, y volviendo a ser
puritanos, un premio para un alma que deja dormir y no grita cuando todo se
apaga.
Dorian Gray al final cree que matando el reflejo de su alma
se deshará de sus tormentos, sin entender (quizá por la falta de pausa y
reflexión de su vida) que esos tormentos, ese retrato, esa cara corrompida de
cada uno de nosotros es parte de lo que somos. En el mejor de los casos para ir
por otro camino. En otros se trata del orgullo que brinda el espejo día a día.
Brindemos por ambos, por quienes nos enseñan por dónde ir y por quienes nos
muestran, a veces de forma más útil, qué caminos se deben evitar si no queremos
sentir gritos en medio del silencio.
