Como siempre, más vale tarde que nunca para publicar y por eso, más alguna casualidad (o causalidad) estoy compartiendo un nuevo maridaje. Uno cuyos integrantes han tenido en mi una importante y profunda permanencia.
Este viaje que he ido recorriendo en estos años se podría resumir en una palabra, en “descubrir”. Descubrir vinos,
libros, descubrir qué generan en nosotros; descubrirnos a nosotros y por qué
no, a nosotros en ellos.
El libro elegido hoy tiene una complejidad y estructura
más que interesantes. Sus colores y aromas son profundos y tal vez necesita de
un poquito de entrenamiento, pero es un viaje sumamente recomendable. Viaje tal
vez sea la palabra adecuada para “Altazor”, del autor chileno Vicente Huidobro.
Altazor se podría resumir como la historia de un poeta
que cae del cielo a la tierra, refiriéndose al camino que existe desde el
nacimiento a la muerte, con la caída que eso significa y el aprendizaje
correspondiente. Altazor es entonces nuestra historia diaria, porque día a día
hacemos ese mismo viaje, luchando contra las partes más oscuras de nosotros y
del mundo. De tanto en tanto, tomamos una ráfaga llena de aromas, un sorbo de
esperanza que nos eleva nuevamente y nos mantiene planeando en medio de la luz
durante un rato, ajenos a la realidad a veces dura. Es un poema dividido en una
introducción y seis cantos, del cual el primero es la presentación, el segundo
una oda a la mujer y el resto una recorrida metafísica y vanguardista por el
sentir del autor.
El vino será chileno también. Tinto, en cuya intensidad
de color nos podamos perder. Será complejo pero muy gratificante y sobre todo,
dejará un recuerdo intenso en nuestro ser. Se trata del Carmenére Merlot de
Oveja Negra (Viña San Rafael).
Huidobro manifiesta en varios pasajes un descenso de la
fe. No entraré en terrenos teológicos, pero sí adaptaré su discurso para la
pérdida de la fe, entendida como la fe en los hombres, en las mujeres, en la
nueva generación, en los mayores, en los políticos, la selección, los músicos
que no vienen, los amores que no llegan, los destinos que no se alcanzan, el
vino.
No, el vino no. Y con ello todo lo demás tampoco.
Brindo por los caballeros que aún luchamos, por las mujeres que nos pueden, por
los niños llenos de esperanza y los mayores constructivos. Por los políticos
que… por la selección, los músicos que si vienen, los amores que llegan (o los
que no, pero nos dejan seguir soñando), el destino que se presenta cada tanto,
y por el vino.
Huidobro habla de la inequívoca relación que existe
entre la inteligencia y la felicidad “La conciencia es amargura, la inteligencia es
decepción, sólo en las afueras de la vida, se puede plantar una pequeña ilusión”. Si bien es cierto que cuanto más inteligentes,
sensibles y conscientes seamos, más proclives estaremos a percatar lo que
sucede alrededor, con sus sombras, garras e injusticias; también es cierto que
siendo cada vez más inteligentes, sensibles y conscientes podremos reflexionar
a la sombra de una copa llena de un vino intenso, casi negruzco y disfrutar de
los destellos de luz que lo atraviesan sobresaliendo de la oscura realidad. Más
importante, plantaremos una pequeña ilusión en medio de la vida y no fuera de
ella. Podremos bajar un sueño y cuidarlo para que crezca, para que crezcamos
nosotros.
Si toca que ese sueño se
estampe contra las rocas injustas de alguna orilla a la que no queremos
arribar, contemplemos los restos un instante, levantemos la vista, la copa y sigamos,
ya que tendremos una ilusión eterna.
El segundo canto es un brindis en sí mismo. Habla de la
mujer (el amor) en toda su expresión, como un faro en medio de la oscura
soledad, la monotonía del mundo y la vida. “Si tú murieras, las estrellas a
pesar de su lámpara encendida perderían el camino. ¿Qué sería del universo?” La
mujer entendida como la poesía, la poesía entendida como un destello de luz, la
luz como la esperanza, la esperanza como el amor y el amor entendido como un
brindis eterno. Cada cual otorgará al vino las características románticas que
elija, pero creo que un vino como este, que en nariz despliega chocolate, café,
frutos y un dejo de pimienta de fondo, acompañará perfectamente cualquier
momento, siempre y cuando se trate de un momento compartido.
Huidobro
dice acerca de la mujer que “Detrás de ti la vida siente miedo porque eres la
profundidad de toda cosa” La vida siente envidia en realidad, porque es el amor
el que nos puede hacer disfrutar de la caída inevitable y del final despiadado.
El vino
es sedoso en boca, pero al mismo tiempo posee gran persistencia. Este un punto
en común con el libro. Ambos elementos quedarán en nosotros y nos transformarán
en nuevas personas (al igual que toda nueva experiencia). Qué hacer con este
nuevo aprendizaje antes de la eterna oscuridad será cuestión de cada uno.
Así, acariciando ilusiones, decantando amores, “embotellando sonrisas como licores”
mientras el resto de las cosas siguen su rumbo inequívoco hacia un final irrefutable,
es que estamos día a día en este viaje sin fin. Viaje que lejos tiene que estar
de ser oscuro, sino que puede estar lleno de aromas y sabores inolvidables, de
sensaciones profundas, de guardas en secreto, de crianza que nos haga
evolucionar.
Algunos afortunados encontrarán su faro y podrán
descansar a la luz intermitente de un amor. Aquellos que no tengan la suerte de
hallarlo, tendrán la fortuna de seguir errantes, en busca del mayor destello,
descartando caminos y aprendiendo. Cayendo, siempre cayendo, pero simplemente
para volverse a levantar y continuar. El final de la caída nos espera a todos y
ahí seremos todos iguales y podremos brindar, ya sea con el vino elegido el día
de hoy, o el que mejor maridaje forme con nuestra historia.
La imagen elegida no tiene nada que ver con el poema, sino con el autor. Es un retrato de él hecho nada más ni nada menos que por el mismísimo Picasso.
