martes, 30 de julio de 2013

CAÍDA SIN JAMÁS TOCAR EL SUELO

Como siempre, más vale tarde que nunca para publicar y por eso, más alguna casualidad (o causalidad) estoy compartiendo un nuevo maridaje. Uno cuyos integrantes han tenido en mi una importante y profunda permanencia. 

Este viaje que he ido recorriendo en estos años se podría resumir en una palabra, en “descubrir”. Descubrir vinos, libros, descubrir qué generan en nosotros; descubrirnos a nosotros y por qué no, a nosotros en ellos.

El libro elegido hoy tiene una complejidad y estructura más que interesantes. Sus colores y aromas son profundos y tal vez necesita de un poquito de entrenamiento, pero es un viaje sumamente recomendable. Viaje tal vez sea la palabra adecuada para “Altazor”, del autor chileno Vicente Huidobro.

Altazor se podría resumir como la historia de un poeta que cae del cielo a la tierra, refiriéndose al camino que existe desde el nacimiento a la muerte, con la caída que eso significa y el aprendizaje correspondiente. Altazor es entonces nuestra historia diaria, porque día a día hacemos ese mismo viaje, luchando contra las partes más oscuras de nosotros y del mundo. De tanto en tanto, tomamos una ráfaga llena de aromas, un sorbo de esperanza que nos eleva nuevamente y nos mantiene planeando en medio de la luz durante un rato, ajenos a la realidad a veces dura. Es un poema dividido en una introducción y seis cantos, del cual el primero es la presentación, el segundo una oda a la mujer y el resto una recorrida metafísica y vanguardista por el sentir del autor.

El vino será chileno también. Tinto, en cuya intensidad de color nos podamos perder. Será complejo pero muy gratificante y sobre todo, dejará un recuerdo intenso en nuestro ser. Se trata del Carmenére Merlot de Oveja Negra (Viña San Rafael).

Huidobro manifiesta en varios pasajes un descenso de la fe. No entraré en terrenos teológicos, pero sí adaptaré su discurso para la pérdida de la fe, entendida como la fe en los hombres, en las mujeres, en la nueva generación, en los mayores, en los políticos, la selección, los músicos que no vienen, los amores que no llegan, los destinos que no se alcanzan, el vino.

No, el vino no. Y con ello todo lo demás tampoco. Brindo por los caballeros que aún luchamos, por las mujeres que nos pueden, por los niños llenos de esperanza y los mayores constructivos. Por los políticos que… por la selección, los músicos que si vienen, los amores que llegan (o los que no, pero nos dejan seguir soñando), el destino que se presenta cada tanto, y por el vino.

Huidobro habla de la inequívoca relación que existe entre la inteligencia y la felicidad “La conciencia es amargura, la inteligencia es decepción, sólo en las afueras de la vida, se puede plantar una pequeña ilusión”. Si bien es cierto que cuanto más inteligentes, sensibles y conscientes seamos, más proclives estaremos a percatar lo que sucede alrededor, con sus sombras, garras e injusticias; también es cierto que siendo cada vez más inteligentes, sensibles y conscientes podremos reflexionar a la sombra de una copa llena de un vino intenso, casi negruzco y disfrutar de los destellos de luz que lo atraviesan sobresaliendo de la oscura realidad. Más importante, plantaremos una pequeña ilusión en medio de la vida y no fuera de ella. Podremos bajar un sueño y cuidarlo para que crezca, para que crezcamos nosotros.

Si toca que ese sueño se estampe contra las rocas injustas de alguna orilla a la que no queremos arribar, contemplemos los restos un instante, levantemos la vista, la copa y sigamos, ya que tendremos una ilusión eterna.

El segundo canto es un brindis en sí mismo. Habla de la mujer (el amor) en toda su expresión, como un faro en medio de la oscura soledad, la monotonía del mundo y la vida. “Si tú murieras, las estrellas a pesar de su lámpara encendida perderían el camino. ¿Qué sería del universo?” La mujer entendida como la poesía, la poesía entendida como un destello de luz, la luz como la esperanza, la esperanza como el amor y el amor entendido como un brindis eterno. Cada cual otorgará al vino las características románticas que elija, pero creo que un vino como este, que en nariz despliega chocolate, café, frutos y un dejo de pimienta de fondo, acompañará perfectamente cualquier momento, siempre y cuando se trate de un momento compartido.

Huidobro dice acerca de la mujer que “Detrás de ti la vida siente miedo porque eres la profundidad de toda cosa” La vida siente envidia en realidad, porque es el amor el que nos puede hacer disfrutar de la caída inevitable y del final despiadado.

El vino es sedoso en boca, pero al mismo tiempo posee gran persistencia. Este un punto en común con el libro. Ambos elementos quedarán en nosotros y nos transformarán en nuevas personas (al igual que toda nueva experiencia). Qué hacer con este nuevo aprendizaje antes de la eterna oscuridad será cuestión de cada uno.

Así, acariciando ilusiones, decantando amores, “embotellando sonrisas como licores” mientras el resto de las cosas siguen su rumbo inequívoco hacia un final irrefutable, es que estamos día a día en este viaje sin fin. Viaje que lejos tiene que estar de ser oscuro, sino que puede estar lleno de aromas y sabores inolvidables, de sensaciones profundas, de guardas en secreto, de crianza que nos haga evolucionar.

Algunos afortunados encontrarán su faro y podrán descansar a la luz intermitente de un amor. Aquellos que no tengan la suerte de hallarlo, tendrán la fortuna de seguir errantes, en busca del mayor destello, descartando caminos y aprendiendo. Cayendo, siempre cayendo, pero simplemente para volverse a levantar y continuar. El final de la caída nos espera a todos y ahí seremos todos iguales y podremos brindar, ya sea con el vino elegido el día de hoy, o el que mejor maridaje forme con nuestra historia.





La imagen elegida no tiene nada que ver con el poema, sino con el autor. Es un retrato de él hecho nada más ni nada menos que por el mismísimo Picasso. 




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