jueves, 1 de agosto de 2013

UN ATRASADO PERO SIEMPRE A TIEMPO FELIZ DÍA

Podríamos estar días (y serían días muy bien aprovechados) discutiendo cuál es, en caso de necesitarla, la razón de ser del vino. A mí me agrada mucho decir que su motivo es la celebración. La celebración de la vida, el amor, la esperanza, los triunfos, la derrota y para el maridaje de hoy, la amistad.

Estos maridajes nacen a veces desde el vino, otras desde los libros, pero otras tantas como comenté en el número anterior, desde el momento que estemos viviendo y sobre todo, con quién. Se festejó hace poco el día del amigo (como todos los días, pero oficial), por ello la parte literaria del maridaje de hoy tendrá que ver con eso.

Son miles los autores que han hablado de la amistad, yo elegiré a uno de mis favoritos, Julio Cortázar, quien además de ser un maestro de la narrativa, también derrochaba talento en poesías. Hoy tomaré prestado el poema “Los Amigos”, dejando de lado un sinfín de textos absolutamente brillantes. También tiene un cuento con el mismo nombre muy recomendable, pero que no usaré para esta columna.

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.

Vayamos al vino… ¿Qué vino va bien con los amigos? La respuesta es obvia, todos. Desde el más fino hasta aquel que rescata la sonrisa de los más humildes. Desde el que sirve para brindar por los negocios más millonarios, hasta por los amores que no tienen precio. Pero se hace necesario elegir uno, así que vayamos a Argentina, hogar de este escritor nacido en Europa pero criado cruzando el charco.

Si hablamos de Argentina, hablemos de Malbec. Si hablamos de Argentina, hablamos de orgullo, a veces exacerbado y empalagoso, pero en algunos casos digno de imitar. Vivimos diciendo que no queremos ser como ellos, pero consumimos e imitamos sus programas y revistas sobre vidas ajenas y vacías, pero no aquello que vale la pena. Su patriotismo, su defensa de lo suyo, la creencia en sí mismos, eso debería ser obligatorio de imitar.

El vino es un ejemplo, decretando el día internacional del Malbec, promocionándolo en el mundo, promocionándose en el mundo.

Usaré el Malbec en general, a pesar de poder encontrar infinidad de tipos de este vino. De la misma forma, podemos encontrar infinidad de tipos de amigos, desde aquellos con una gran intensidad característica de casi todos los Malbec, hasta otros que no se destacan exactamente por lo que uno ve en un primer momento. Lo bueno del Malbec, es que todos ellos entran en una ronda de amigos, en el tabaco, en el café, en el vino mismo. Lo bueno de los amigos, es que acompañan bien cualquier momento, siempre y cuando se los tome para vivir las horas, y no como algunos piensan, para matar el tiempo.

Un amigo puede ayudar a celebrar, recordar u olvidar, siempre y cuando se brinde con precaución. El vino invita a los amigos y viceversa, y en ocasiones más que justificadas, se puede perder de vista el motivo inicial del brindis.

Un Malbec nos esperará con un dulce canto en nuestra boca, con taninos presentes pero no agresivos, como el consejo o la opinión sincera de nuestro amigo, que puede herir tal vez, pero se convierte en la mejor herida que se puede tener. Porque cuando viene de un amigo, no importa qué es lo que se canta por el camino, esa canción viene seguida de un brindis, y es en ese brindis que nos convertimos en canción.

Si se trata de un Malbec añejo, al igual que una amistad de guarda, los tonos de café y demás signos de evolución serán evidentes. Tanto uno como otro (más que nada y preferentemente los amigos) nos aguantarán a flote en medio de las tormentas más duras de la vida. Y si los dos se acaban, nos quedará una botella vacía en la cual guardar un mensaje, a sabiendas que el verdadero amigo vendrá a brindar con nosotros justo antes de lanzar la botella al mar.

Brindemos por los amigos que no están, pero más que nada brindemos con los que son “mano tibia y techo” para nuestros sueños, nuestras victorias, nuestras derrotas, nuestro llanto evidentemente oculto.


Brindemos por el recuerdo. Pero por el recuerdo que estamos construyendo, para que mañana, cuando toque reunirnos donde el vino siempre es bueno y alcanza para todos, haya mucho por lo que brindar.