Podríamos
estar días (y serían días muy bien aprovechados) discutiendo cuál es, en caso
de necesitarla, la razón de ser del vino. A mí me agrada mucho decir que su
motivo es la celebración. La celebración de la vida, el amor, la esperanza, los
triunfos, la derrota y para el maridaje de hoy, la amistad.
Estos
maridajes nacen a veces desde el vino, otras desde los libros, pero otras
tantas como comenté en el número anterior, desde el momento que estemos viviendo
y sobre todo, con quién. Se festejó hace poco el día del amigo (como todos los
días, pero oficial), por ello la parte literaria del maridaje de hoy tendrá que
ver con eso.
Son miles
los autores que han hablado de la amistad, yo elegiré a uno de mis favoritos,
Julio Cortázar, quien además de ser un maestro de la narrativa, también
derrochaba talento en poesías. Hoy tomaré prestado el poema “Los Amigos”,
dejando de lado un sinfín de textos absolutamente brillantes. También tiene un
cuento con el mismo nombre muy recomendable, pero que no usaré para esta
columna.
En el tabaco, en el
café, en el vino,
al borde de la noche
se levantan
como esas voces que a
lo lejos cantan
sin que se sepa qué,
por el camino.
Livianamente hermanos
del destino,
dióscuros, sombras
pálidas, me espantan
las moscas de los
hábitos, me aguantan
que siga a flote entre
tanto remolino.
Los muertos hablan más
pero al oído,
y los vivos son mano
tibia y techo,
suma de lo ganado y lo
perdido.
Así un día en la barca
de la sombra,
de tanta ausencia
abrigará mi pecho
esta antigua ternura
que los nombra.
Vayamos al
vino… ¿Qué vino va bien con los amigos? La respuesta es obvia, todos. Desde el
más fino hasta aquel que rescata la sonrisa de los más humildes. Desde el que
sirve para brindar por los negocios más millonarios, hasta por los amores que
no tienen precio. Pero se hace necesario elegir uno, así que vayamos a
Argentina, hogar de este escritor nacido en Europa pero criado cruzando el
charco.
Si hablamos
de Argentina, hablemos de Malbec. Si hablamos de Argentina, hablamos de
orgullo, a veces exacerbado y empalagoso, pero en algunos casos digno de
imitar. Vivimos diciendo que no queremos ser como ellos, pero consumimos e
imitamos sus programas y revistas sobre vidas ajenas y vacías, pero no aquello
que vale la pena. Su patriotismo, su defensa de lo suyo, la creencia en sí
mismos, eso debería ser obligatorio de imitar.
El vino es
un ejemplo, decretando el día internacional del Malbec, promocionándolo en el
mundo, promocionándose en el mundo.
Usaré el
Malbec en general, a pesar de poder encontrar infinidad de tipos de este vino.
De la misma forma, podemos encontrar infinidad de tipos de amigos, desde
aquellos con una gran intensidad característica de casi todos los Malbec, hasta
otros que no se destacan exactamente por lo que uno ve en un primer momento. Lo
bueno del Malbec, es que todos ellos entran en una ronda de amigos, en el tabaco, en el café, en el vino mismo.
Lo bueno de los amigos, es que acompañan bien cualquier momento, siempre y
cuando se los tome para vivir las horas, y no como algunos piensan, para matar
el tiempo.
Un amigo
puede ayudar a celebrar, recordar u olvidar, siempre y cuando se brinde con
precaución. El vino invita a los amigos y viceversa, y en ocasiones más que
justificadas, se puede perder de vista el motivo inicial del brindis.
Un Malbec
nos esperará con un dulce canto en nuestra boca, con taninos presentes pero no
agresivos, como el consejo o la opinión sincera de nuestro amigo, que puede
herir tal vez, pero se convierte en la mejor herida que se puede tener. Porque
cuando viene de un amigo, no importa qué es lo que se canta por el camino, esa
canción viene seguida de un brindis, y es en ese brindis que nos convertimos en
canción.
Si se trata
de un Malbec añejo, al igual que una amistad de guarda, los tonos de café y
demás signos de evolución serán evidentes. Tanto uno como otro (más que nada y
preferentemente los amigos) nos aguantarán a flote en medio de las tormentas
más duras de la vida. Y si los dos se acaban, nos quedará una botella vacía en
la cual guardar un mensaje, a sabiendas que el verdadero amigo vendrá a brindar
con nosotros justo antes de lanzar la botella al mar.
Brindemos
por los amigos que no están, pero más que nada brindemos con los que son “mano
tibia y techo” para nuestros sueños, nuestras victorias, nuestras derrotas,
nuestro llanto evidentemente oculto.
Brindemos
por el recuerdo. Pero por el recuerdo que estamos construyendo, para que
mañana, cuando toque reunirnos donde el vino siempre es bueno y alcanza para
todos, haya mucho por lo que brindar.
