Esta vez no tengo mayores excusas por la demora más que una
gran pereza de mi parte. Cuando los ruidos bajan, las luces comienzan a
apagarse y uno se queda solo consigo mismo, es decir, ese momento ideal para
teclear lo que anduvo dando vueltas todo el día por la cabeza y el pecho,
muchas veces elijo, a veces de forma consciente y otras no, hacer alguna otra cosa.
Pero como he repetido en varias oportunidades, no me voy a
quejar por lo que fue o no fue, sino que aprovecharé este arranque de mis dedos
y mis palabras.
Hoy cambiaré el concepto del blog. Hoy no habrá libro
ninguno, aunque sí una historia. Hoy no habrá textos de referencia, sino
situaciones. Hoy no habrá un título sugerido, sino un camino relatado.
Esta época con una mezcla agridulce de consumismo y
apelación a lo mejor de cada uno es el momento ideal (al menos para mí), para
hacer un balance del año. Además cumplir años de estos días da la ventaja
logística de poder hacer sólo un conteo anual…
El maridaje de hoy será entre uno de mis vinos favoritos y
uno de mis años favoritos. El 2013, o mis 30 años, dejaron mucho para
reflexionar y pararse como otra persona. El vino del que hablaré, cambió mis
paradigmas sobre los vinos blancos y cada vez que lo pruebo me lleva a un lugar
dónde el mundo se ve mejor. Es que tal vez todo se ve mejor según no el cristal
con el que se mire, sino lo que contenga.
De este vino ya hablé en realidad haciendo un maridaje con
El Principito. Pero vale la pena hablar nuevamente de él (de El Principito
también obviamente, pero no en estas líneas).
Se trata del Chardonnay Cuna de Piedra de Los Cerros de San
Juan. Un vino que tiene todo lo que tiene que tener, para un año que tuvo todo
lo que tuvo que tener. Es que en definitiva las cosas son lo que son, y no más
(ni menos). Con el tiempo entendí eso y logré disfrutar mucho más lo cotidiano,
desde una copa de vino, hasta los días que se rescatan y rememoran de cada año.
Obviamente que un año no puede tener 365 días fantásticos,
al igual que los vinos no son todos excelentes. Hay una gran mayoría de vinos y
días regulares, otros tantos con defectos y varios que enloquecen. Por suerte
este año tuvo varios de esos días y por eso merece cerrarse con un vino de
locos.
Este Chardonnay con once meses de barrica se convierte en un
vino blanco que ya entra a la copa con otra presencia que un vino blanco
tradicional (entiéndase sin barrica). De inmediato viste el cristal de un color
intenso, con aristas doradas. Inmediatamente augura una experiencia más que
interesante, de la misma forma que el comienzo del año con amigos dando pasos
importantísimos y otros tantos acompañándolos prometía un año que daría que
hablar.
Es sumamente brillante y se puede ver todo a través de él.
Ver por ejemplo y aún más claros pequeños logros del año. Ver una carrera
fascinante con un grupo espectacular y amigos que merecen mil brindis. Ver un
avance en un empleo que me hace sonreír la mayor parte de los días. Ver en las
lágrimas del vino mientras caen lentamente esos días en que todo tenía más y
nuevos aromas y colores. Como todo, como siempre, ese movimiento se detiene.
Como todo, como siempre, es cuestión de mover nuevamente la copa para tratar al
menos de repetir ese proceso.
En nariz se descubren aromas fascinantes y dulces, como
muchas de las personas que descubrí este año. Hacer una lista sería largo,
innecesario y seguramente una fuente de imperdonables omisiones. Además no sólo
sería de la gente nueva, sino también de la ya conocida pero redescubierta.
Como cuando un vino que ya probamos lo volvemos a probar al tiempo, y vemos que
cambió. A veces para bien, otras no tanto, pero es distinto. Además nosotros
también cambiamos en ese período, por más breves que sea.
Esos encuentros, esos cruces en los períodos de vida de
nosotros y un vino, o de nosotros con otros, deberían ser la unidad de medida
del tiempo y no esta cosa que nos apura de un lado al otro sin poder ver los
cambios y lo constante que hay detrás de ello.
Alguna vez escribí por ahí que a pesar de una mala
experiencia con un vino, no servía de nada negarse a volver a intentar. Lo
mismo se aplica a cualquier otro aspecto de la vida. Los vinos que quedan
olvidados (no estoy hablando de esperar un vino) en una estantería o un armario
sólo sirven para juntar mugre… Salvo que estemos dispuestos a volver a
intentar, sacarlos, decantarlos, tratarlos como se debe y disfrutarlos como se
merecen. La chance de la decepción siempre está, pero siempre llega el vino con
el que brindar por lo que viene y también por lo aprendido. Hay que recordar
las botellas que no nos gustaron, para evitar esas y sólo esas. Hay que buscar
un gusto propio, el de eso que nos hace más felices, que nos hace mejores, que
nos convierte por algunos minutos al día, al mes, al año, en eso que queremos
ser.
El vino siempre merece otra oportunidad, pero si nos falla
siempre el mismo vino, el problema radica en nuestro capricho inconsciente de
repetir lo mismo buscando un resultado diferente, una de las definiciones
básicas de la locura, cuyos síntomas son muy parecidos a los de una pasión.
En boca es amplio, con gran personalidad muy refrescante y
untuoso. Tiene un largo final y queda presente en la garganta y en el pecho, al
igual que este año seguramente. Obviamente que tiene, como todo vino, como todo
año, algo de acidez. En este caso (ya no sé si hablo del vino o del año) la
misma es sumamente refrescante, haciéndolo aún más perfecto (puede ser el vino
o el año). ¿Podría ser mejor? Obviamente que sí, pero no perderé tiempo
pensando cómo, veré en diciembre del año que viene qué vino acompaña el 2014.
Por último hablaré de un sentido que está muy descuidado en
las notas de cata y en los diferentes cursos de vinos. Se trata del oído. Allí
es donde se encuentra lo mejor de este vino y de cualquier otro. En el sonido.
No el sonido del vino cayendo en la copa como se puede llegar a escuchar en
alguna parte, sino el sonido de dos copas chocando, porque eso determina que
hay alguien del otro lado de la mesa, y eso convierte a ese vino y a ese
momento como el maridaje ideal. Por suerte me tocó brindar muchas veces este
año con gente a la que quiero mucho, y si bien no tengo mucho oído, considero
que el sonido de los brindis con este Chardonnay es particularmente dulce.
Por lo pronto va quedando decir salud y a empezar con todo
el 2014. Para aquella gente para la que tal vez este año fue algo astringente, siempre
hay otro vino y otro brindis por delante. Por las nuevas 365 razones para
brindar que vienen. Salud.