lunes, 30 de diciembre de 2013

MARIDAJE DE FIN DE AÑO, DE FIN DE ETAPA

Esta vez no tengo mayores excusas por la demora más que una gran pereza de mi parte. Cuando los ruidos bajan, las luces comienzan a apagarse y uno se queda solo consigo mismo, es decir, ese momento ideal para teclear lo que anduvo dando vueltas todo el día por la cabeza y el pecho, muchas veces elijo, a veces de forma consciente y otras no, hacer alguna otra cosa.

Pero como he repetido en varias oportunidades, no me voy a quejar por lo que fue o no fue, sino que aprovecharé este arranque de mis dedos y mis palabras.

Hoy cambiaré el concepto del blog. Hoy no habrá libro ninguno, aunque sí una historia. Hoy no habrá textos de referencia, sino situaciones. Hoy no habrá un título sugerido, sino un camino relatado.

Esta época con una mezcla agridulce de consumismo y apelación a lo mejor de cada uno es el momento ideal (al menos para mí), para hacer un balance del año. Además cumplir años de estos días da la ventaja logística de poder hacer sólo un conteo anual…

El maridaje de hoy será entre uno de mis vinos favoritos y uno de mis años favoritos. El 2013, o mis 30 años, dejaron mucho para reflexionar y pararse como otra persona. El vino del que hablaré, cambió mis paradigmas sobre los vinos blancos y cada vez que lo pruebo me lleva a un lugar dónde el mundo se ve mejor. Es que tal vez todo se ve mejor según no el cristal con el que se mire, sino lo que contenga.

De este vino ya hablé en realidad haciendo un maridaje con El Principito. Pero vale la pena hablar nuevamente de él (de El Principito también obviamente, pero no en estas líneas).

Se trata del Chardonnay Cuna de Piedra de Los Cerros de San Juan. Un vino que tiene todo lo que tiene que tener, para un año que tuvo todo lo que tuvo que tener. Es que en definitiva las cosas son lo que son, y no más (ni menos). Con el tiempo entendí eso y logré disfrutar mucho más lo cotidiano, desde una copa de vino, hasta los días que se rescatan y rememoran de cada año.

Obviamente que un año no puede tener 365 días fantásticos, al igual que los vinos no son todos excelentes. Hay una gran mayoría de vinos y días regulares, otros tantos con defectos y varios que enloquecen. Por suerte este año tuvo varios de esos días y por eso merece cerrarse con un vino de locos.

Este Chardonnay con once meses de barrica se convierte en un vino blanco que ya entra a la copa con otra presencia que un vino blanco tradicional (entiéndase sin barrica). De inmediato viste el cristal de un color intenso, con aristas doradas. Inmediatamente augura una experiencia más que interesante, de la misma forma que el comienzo del año con amigos dando pasos importantísimos y otros tantos acompañándolos prometía un año que daría que hablar.

Es sumamente brillante y se puede ver todo a través de él. Ver por ejemplo y aún más claros pequeños logros del año. Ver una carrera fascinante con un grupo espectacular y amigos que merecen mil brindis. Ver un avance en un empleo que me hace sonreír la mayor parte de los días. Ver en las lágrimas del vino mientras caen lentamente esos días en que todo tenía más y nuevos aromas y colores. Como todo, como siempre, ese movimiento se detiene. Como todo, como siempre, es cuestión de mover nuevamente la copa para tratar al menos de repetir ese proceso.

En nariz se descubren aromas fascinantes y dulces, como muchas de las personas que descubrí este año. Hacer una lista sería largo, innecesario y seguramente una fuente de imperdonables omisiones. Además no sólo sería de la gente nueva, sino también de la ya conocida pero redescubierta. Como cuando un vino que ya probamos lo volvemos a probar al tiempo, y vemos que cambió. A veces para bien, otras no tanto, pero es distinto. Además nosotros también cambiamos en ese período, por más breves que sea.

Esos encuentros, esos cruces en los períodos de vida de nosotros y un vino, o de nosotros con otros, deberían ser la unidad de medida del tiempo y no esta cosa que nos apura de un lado al otro sin poder ver los cambios y lo constante que hay detrás de ello.

Alguna vez escribí por ahí que a pesar de una mala experiencia con un vino, no servía de nada negarse a volver a intentar. Lo mismo se aplica a cualquier otro aspecto de la vida. Los vinos que quedan olvidados (no estoy hablando de esperar un vino) en una estantería o un armario sólo sirven para juntar mugre… Salvo que estemos dispuestos a volver a intentar, sacarlos, decantarlos, tratarlos como se debe y disfrutarlos como se merecen. La chance de la decepción siempre está, pero siempre llega el vino con el que brindar por lo que viene y también por lo aprendido. Hay que recordar las botellas que no nos gustaron, para evitar esas y sólo esas. Hay que buscar un gusto propio, el de eso que nos hace más felices, que nos hace mejores, que nos convierte por algunos minutos al día, al mes, al año, en eso que queremos ser.  

El vino siempre merece otra oportunidad, pero si nos falla siempre el mismo vino, el problema radica en nuestro capricho inconsciente de repetir lo mismo buscando un resultado diferente, una de las definiciones básicas de la locura, cuyos síntomas son muy parecidos a los de una pasión.

En boca es amplio, con gran personalidad muy refrescante y untuoso. Tiene un largo final y queda presente en la garganta y en el pecho, al igual que este año seguramente. Obviamente que tiene, como todo vino, como todo año, algo de acidez. En este caso (ya no sé si hablo del vino o del año) la misma es sumamente refrescante, haciéndolo aún más perfecto (puede ser el vino o el año). ¿Podría ser mejor? Obviamente que sí, pero no perderé tiempo pensando cómo, veré en diciembre del año que viene qué vino acompaña el 2014.

Por último hablaré de un sentido que está muy descuidado en las notas de cata y en los diferentes cursos de vinos. Se trata del oído. Allí es donde se encuentra lo mejor de este vino y de cualquier otro. En el sonido. No el sonido del vino cayendo en la copa como se puede llegar a escuchar en alguna parte, sino el sonido de dos copas chocando, porque eso determina que hay alguien del otro lado de la mesa, y eso convierte a ese vino y a ese momento como el maridaje ideal. Por suerte me tocó brindar muchas veces este año con gente a la que quiero mucho, y si bien no tengo mucho oído, considero que el sonido de los brindis con este Chardonnay es particularmente dulce.

Por lo pronto va quedando decir salud y a empezar con todo el 2014. Para aquella gente para la que tal vez este año fue algo astringente, siempre hay otro vino y otro brindis por delante. Por las nuevas 365 razones para brindar que vienen. Salud.  



jueves, 1 de agosto de 2013

UN ATRASADO PERO SIEMPRE A TIEMPO FELIZ DÍA

Podríamos estar días (y serían días muy bien aprovechados) discutiendo cuál es, en caso de necesitarla, la razón de ser del vino. A mí me agrada mucho decir que su motivo es la celebración. La celebración de la vida, el amor, la esperanza, los triunfos, la derrota y para el maridaje de hoy, la amistad.

Estos maridajes nacen a veces desde el vino, otras desde los libros, pero otras tantas como comenté en el número anterior, desde el momento que estemos viviendo y sobre todo, con quién. Se festejó hace poco el día del amigo (como todos los días, pero oficial), por ello la parte literaria del maridaje de hoy tendrá que ver con eso.

Son miles los autores que han hablado de la amistad, yo elegiré a uno de mis favoritos, Julio Cortázar, quien además de ser un maestro de la narrativa, también derrochaba talento en poesías. Hoy tomaré prestado el poema “Los Amigos”, dejando de lado un sinfín de textos absolutamente brillantes. También tiene un cuento con el mismo nombre muy recomendable, pero que no usaré para esta columna.

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.

Vayamos al vino… ¿Qué vino va bien con los amigos? La respuesta es obvia, todos. Desde el más fino hasta aquel que rescata la sonrisa de los más humildes. Desde el que sirve para brindar por los negocios más millonarios, hasta por los amores que no tienen precio. Pero se hace necesario elegir uno, así que vayamos a Argentina, hogar de este escritor nacido en Europa pero criado cruzando el charco.

Si hablamos de Argentina, hablemos de Malbec. Si hablamos de Argentina, hablamos de orgullo, a veces exacerbado y empalagoso, pero en algunos casos digno de imitar. Vivimos diciendo que no queremos ser como ellos, pero consumimos e imitamos sus programas y revistas sobre vidas ajenas y vacías, pero no aquello que vale la pena. Su patriotismo, su defensa de lo suyo, la creencia en sí mismos, eso debería ser obligatorio de imitar.

El vino es un ejemplo, decretando el día internacional del Malbec, promocionándolo en el mundo, promocionándose en el mundo.

Usaré el Malbec en general, a pesar de poder encontrar infinidad de tipos de este vino. De la misma forma, podemos encontrar infinidad de tipos de amigos, desde aquellos con una gran intensidad característica de casi todos los Malbec, hasta otros que no se destacan exactamente por lo que uno ve en un primer momento. Lo bueno del Malbec, es que todos ellos entran en una ronda de amigos, en el tabaco, en el café, en el vino mismo. Lo bueno de los amigos, es que acompañan bien cualquier momento, siempre y cuando se los tome para vivir las horas, y no como algunos piensan, para matar el tiempo.

Un amigo puede ayudar a celebrar, recordar u olvidar, siempre y cuando se brinde con precaución. El vino invita a los amigos y viceversa, y en ocasiones más que justificadas, se puede perder de vista el motivo inicial del brindis.

Un Malbec nos esperará con un dulce canto en nuestra boca, con taninos presentes pero no agresivos, como el consejo o la opinión sincera de nuestro amigo, que puede herir tal vez, pero se convierte en la mejor herida que se puede tener. Porque cuando viene de un amigo, no importa qué es lo que se canta por el camino, esa canción viene seguida de un brindis, y es en ese brindis que nos convertimos en canción.

Si se trata de un Malbec añejo, al igual que una amistad de guarda, los tonos de café y demás signos de evolución serán evidentes. Tanto uno como otro (más que nada y preferentemente los amigos) nos aguantarán a flote en medio de las tormentas más duras de la vida. Y si los dos se acaban, nos quedará una botella vacía en la cual guardar un mensaje, a sabiendas que el verdadero amigo vendrá a brindar con nosotros justo antes de lanzar la botella al mar.

Brindemos por los amigos que no están, pero más que nada brindemos con los que son “mano tibia y techo” para nuestros sueños, nuestras victorias, nuestras derrotas, nuestro llanto evidentemente oculto.


Brindemos por el recuerdo. Pero por el recuerdo que estamos construyendo, para que mañana, cuando toque reunirnos donde el vino siempre es bueno y alcanza para todos, haya mucho por lo que brindar. 

martes, 30 de julio de 2013

CAÍDA SIN JAMÁS TOCAR EL SUELO

Como siempre, más vale tarde que nunca para publicar y por eso, más alguna casualidad (o causalidad) estoy compartiendo un nuevo maridaje. Uno cuyos integrantes han tenido en mi una importante y profunda permanencia. 

Este viaje que he ido recorriendo en estos años se podría resumir en una palabra, en “descubrir”. Descubrir vinos, libros, descubrir qué generan en nosotros; descubrirnos a nosotros y por qué no, a nosotros en ellos.

El libro elegido hoy tiene una complejidad y estructura más que interesantes. Sus colores y aromas son profundos y tal vez necesita de un poquito de entrenamiento, pero es un viaje sumamente recomendable. Viaje tal vez sea la palabra adecuada para “Altazor”, del autor chileno Vicente Huidobro.

Altazor se podría resumir como la historia de un poeta que cae del cielo a la tierra, refiriéndose al camino que existe desde el nacimiento a la muerte, con la caída que eso significa y el aprendizaje correspondiente. Altazor es entonces nuestra historia diaria, porque día a día hacemos ese mismo viaje, luchando contra las partes más oscuras de nosotros y del mundo. De tanto en tanto, tomamos una ráfaga llena de aromas, un sorbo de esperanza que nos eleva nuevamente y nos mantiene planeando en medio de la luz durante un rato, ajenos a la realidad a veces dura. Es un poema dividido en una introducción y seis cantos, del cual el primero es la presentación, el segundo una oda a la mujer y el resto una recorrida metafísica y vanguardista por el sentir del autor.

El vino será chileno también. Tinto, en cuya intensidad de color nos podamos perder. Será complejo pero muy gratificante y sobre todo, dejará un recuerdo intenso en nuestro ser. Se trata del Carmenére Merlot de Oveja Negra (Viña San Rafael).

Huidobro manifiesta en varios pasajes un descenso de la fe. No entraré en terrenos teológicos, pero sí adaptaré su discurso para la pérdida de la fe, entendida como la fe en los hombres, en las mujeres, en la nueva generación, en los mayores, en los políticos, la selección, los músicos que no vienen, los amores que no llegan, los destinos que no se alcanzan, el vino.

No, el vino no. Y con ello todo lo demás tampoco. Brindo por los caballeros que aún luchamos, por las mujeres que nos pueden, por los niños llenos de esperanza y los mayores constructivos. Por los políticos que… por la selección, los músicos que si vienen, los amores que llegan (o los que no, pero nos dejan seguir soñando), el destino que se presenta cada tanto, y por el vino.

Huidobro habla de la inequívoca relación que existe entre la inteligencia y la felicidad “La conciencia es amargura, la inteligencia es decepción, sólo en las afueras de la vida, se puede plantar una pequeña ilusión”. Si bien es cierto que cuanto más inteligentes, sensibles y conscientes seamos, más proclives estaremos a percatar lo que sucede alrededor, con sus sombras, garras e injusticias; también es cierto que siendo cada vez más inteligentes, sensibles y conscientes podremos reflexionar a la sombra de una copa llena de un vino intenso, casi negruzco y disfrutar de los destellos de luz que lo atraviesan sobresaliendo de la oscura realidad. Más importante, plantaremos una pequeña ilusión en medio de la vida y no fuera de ella. Podremos bajar un sueño y cuidarlo para que crezca, para que crezcamos nosotros.

Si toca que ese sueño se estampe contra las rocas injustas de alguna orilla a la que no queremos arribar, contemplemos los restos un instante, levantemos la vista, la copa y sigamos, ya que tendremos una ilusión eterna.

El segundo canto es un brindis en sí mismo. Habla de la mujer (el amor) en toda su expresión, como un faro en medio de la oscura soledad, la monotonía del mundo y la vida. “Si tú murieras, las estrellas a pesar de su lámpara encendida perderían el camino. ¿Qué sería del universo?” La mujer entendida como la poesía, la poesía entendida como un destello de luz, la luz como la esperanza, la esperanza como el amor y el amor entendido como un brindis eterno. Cada cual otorgará al vino las características románticas que elija, pero creo que un vino como este, que en nariz despliega chocolate, café, frutos y un dejo de pimienta de fondo, acompañará perfectamente cualquier momento, siempre y cuando se trate de un momento compartido.

Huidobro dice acerca de la mujer que “Detrás de ti la vida siente miedo porque eres la profundidad de toda cosa” La vida siente envidia en realidad, porque es el amor el que nos puede hacer disfrutar de la caída inevitable y del final despiadado.

El vino es sedoso en boca, pero al mismo tiempo posee gran persistencia. Este un punto en común con el libro. Ambos elementos quedarán en nosotros y nos transformarán en nuevas personas (al igual que toda nueva experiencia). Qué hacer con este nuevo aprendizaje antes de la eterna oscuridad será cuestión de cada uno.

Así, acariciando ilusiones, decantando amores, “embotellando sonrisas como licores” mientras el resto de las cosas siguen su rumbo inequívoco hacia un final irrefutable, es que estamos día a día en este viaje sin fin. Viaje que lejos tiene que estar de ser oscuro, sino que puede estar lleno de aromas y sabores inolvidables, de sensaciones profundas, de guardas en secreto, de crianza que nos haga evolucionar.

Algunos afortunados encontrarán su faro y podrán descansar a la luz intermitente de un amor. Aquellos que no tengan la suerte de hallarlo, tendrán la fortuna de seguir errantes, en busca del mayor destello, descartando caminos y aprendiendo. Cayendo, siempre cayendo, pero simplemente para volverse a levantar y continuar. El final de la caída nos espera a todos y ahí seremos todos iguales y podremos brindar, ya sea con el vino elegido el día de hoy, o el que mejor maridaje forme con nuestra historia.





La imagen elegida no tiene nada que ver con el poema, sino con el autor. Es un retrato de él hecho nada más ni nada menos que por el mismísimo Picasso. 




miércoles, 17 de abril de 2013

UN VINO QUE CAMBIA SIN CAMBIAR

Comenzando el año tarde como de costumbre, apurado por lo urgente y utilizando mal el poco tiempo restante, lo importante se va relegando. Pero clama bien profundo y necesita a veces salir de alguna manera. Hoy la lectura participante de este viaje será “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde.

Antes de comenzar en el maridaje de hoy, haré una salvedad acerca de la última película del mismo nombre. Sabido es que la enorme mayoría de las veces, las películas son de inferior calidad al libro en el que se inspiran. La versión fílmica de El retrato de Dorian Gray lleva esa inferioridad a niveles nunca antes vistos.

Hecho el desahogo (no consultado, como casi todos los desahogos que vale la pena hacer), pasaré a comentar algo acerca del libro. Para aquellos que no tengan idea de qué se trata se podría resumir como un tratado sobre el poder de la belleza, el peligro del narcisismo,  las ansias de juventud y la corrupción del alma de aquél que adopta como camino de vida la avaricia y desenfreno, o en vocabulario de puritanos, el pecado.

Dorian Gray es un joven de la Inglaterra de fines del siglo XIX que se caracteriza por su encanto (en todo nivel). Un día es retratado y desea en silencio que la belleza y juventud reflejadas en la obra de arte se mantengan por siempre. Alejandro Molina (personaje de Alejandro Dolina) comenta que los retratos tienen esa capacidad de decirnos que la persona retratada ya no está, ya sea en su totalidad o simplemente por el paso del tiempo.

Sin saber muy bien cómo ni por intervención de quién (algunos lo adjudican al demonio, personificado por Lord Henry, amigo de Dorian Gray de carácter cínico e irónico), su deseo se hace realidad y las consecuencias del paso del tiempo se hacen notorias en el retrato, más no en su propio cuerpo. No sólo las consecuencias físicas, como puede ser la aparición de una arruga o mancha, sino las consecuencias morales, es decir, el peso de una conciencia que gritaría y no dejaría dormir.

El vino que acompañe nuestra lectura hoy debe ser tinto indudablemente, acompañando la oscuridad del relato. Tiene que ser complejo, mantenerse con el correr del tiempo y tener una estructura importante.

Debe presentarse con sus mejores ropas, con un gran perfume y dejar un recuerdo en el alma. De la misma manera que Dorian Gray (y algunas personas fantásticas del mundo de la literatura y el real) cambian el ambiente en una habitación a la que ingresan, el vino elegido debe  transformar la copa en la que se sirve y a quien lo toma. De la misma forma que alguien puede pensar “ayer conocí a una persona cautivante”, un vino puede generar una sensación similar.

Decididamente se trata de un Tannat, pero de uno muy particular. Hoy será el Tannat Osiris 2005 de Antigua Bodega Stagnari, un vino que agradece el paso del tiempo y mejora día a día y año a año.

Muchas veces el Tannat es avaro de aromas, pero en este caso, al dejarlo un poco en la copa se siente una serie de perfumes que lo hacen muy elegante y distinguido. Aparecen aromas a frambuesas y moras sobre una base de notas especiadas logradas gracias a su larga guarda en roble americano, el cual otorga más rápidamente las características deseadas al vino que su pariente francés. Tal vez si Dorian Gray hiciera un vino pensando en sí mismo se decantaría por esta opción de barrica, ya que cuenta con la vorágine que él imprimió a su vida.

Para disfrutar plenamente de este vino es necesario decantarlo para que se airee y despierte de su largo sueño. Allí marcará su antigua juventud inalterada, como la de Dorian Gray. Dejará en su botella, como si se tratase de su propio retrato, alguna aspereza propia de los sedimentos de su elaboración, así como el retrato oculto de Gray marcaba sus asperezas morales a través de los años.

En boca es suave, sedoso pero al mismo tiempo con gran estructura y personalidad. Pasa de forma dulce pero con una lejana astringencia propia del discurso de alguien encantador que está en continuo proceso de engaño y un poco de cinismo. No necesariamente producto de una mala intención, sino de una juventud eterna, de la inocencia de la belleza.

Según el autor, se puede “Curar el alma por medio de los sentidos y los sentidos por medio del alma…”, si esto es así, una buena cura para un alma inquieta será una copa de este vino, o acaso, y volviendo a ser puritanos, un premio para un alma que deja dormir y no grita cuando todo se apaga.

Dorian Gray al final cree que matando el reflejo de su alma se deshará de sus tormentos, sin entender (quizá por la falta de pausa y reflexión de su vida) que esos tormentos, ese retrato, esa cara corrompida de cada uno de nosotros es parte de lo que somos. En el mejor de los casos para ir por otro camino. En otros se trata del orgullo que brinda el espejo día a día. Brindemos por ambos, por quienes nos enseñan por dónde ir y por quienes nos muestran, a veces de forma más útil, qué caminos se deben evitar si no queremos sentir gritos en medio del silencio.

lunes, 22 de octubre de 2012

VINO Y LIBRO PARA DISFRUTAR LENTAMENTE


La mezcla perfecta entre haraganería y falta de inspiración hizo que estuviera todos estos meses sin escribir, hasta que hace pocos días recordé un libro que leí hace muchos años y pensé en qué vino podría acompañarlo. El libro en cuestión se trata de “Un minuto para el absurdo” de Anthony de Mello. Un libro con más de 300 pequeñas enseñanzas de un maestro hindú a sus discípulos. No es un libro de autoayuda, aunque en sus páginas podemos encontrar consejos que nos daría un amigo poético, o un psicólogo realmente interesado.

La idea del libro como lo indica en su prólogo es lograr en nosotros un despertar, pero no de una forma Cohelísitica plagada de lugares comunes, sino de llegar a aquello que ya sabíamos y, o nadie nos lo había dicho de esa forma, o aún no queríamos ver. Es un libro que trata de sorprender, y esa es la primera característica en común con el vino que usaremos para esta combinación.

El vino en cuestión se trata del Tannat, Syrah, Viognier de Pisano. ¿Por qué sorprendente? Por lo bueno que es para comenzar, y por lo bien que le quedó a esta gran bodega uruguaya la combinación de dos cepas tintas con una blanca. No es la primera vez que escribo sobre vinos que combinen ambos tipos de uva, pero creo que este es un caso mucho más amable y sencillo para comenzar a degustar este tipo de vinos.

El libro habla de nuestro día a día. Nuestros miedos, esperanzas, preguntas, celos, envidias, dudas… en definitiva, los ingredientes de las charlas más amenas y apasionantes y el detrás de nuestros más íntimos brindis.
La segunda característica de cada uno es lo vivaz de sus colores. Esa pequeña cantidad de Viognier en el vino de Pisano le da un brillo muy particular para un tinto, brillo similar al que surge de las palabras impresas en negro sobre el papel blanco del libro. Esta aclaración es simplemente para recordar que muchas veces no se necesita de colores para hacer algo colorido, pero algo muy colorido puede perfectamente ser oscuro si no tiene aquello que lo hace brillar. Tanto en uno como en otro caso de nuestra combinación, aquello que lo hace brillar es el deseo. El deseo de algo nuevo, el deseo de algo mejor, el deseo de algo distinto. La lucha contra lo seguro y el lugar común. Es mucho más fácil hacer un tinto “puro” (sin desmerecer ni un instante a quienes toman este camino), o un libro líneal, pero cuando nos ponemos a nosotros mismos en lo que estamos haciendo, cuando cada palabra, cada idea, cada gesto o cada copa habla de nosotros, eso es un elemento que marcará un cambio. ¿Puede no gustarnos? Obviamente que sí, pero seguramente que no pasará desapercibido.

Creo que ambos elementos de nuestro maridaje de hoy se basan en la fe y el creer. Pero no necesariamente una fe o creencia religiosa, sino mucho más profunda tal vez. La fe en todo y la creencia en lo que se hace. Vale aclarar también que no se trata de un libro religioso a pesar de las muchas referencias a Dios. Según este maestro “El ateo comete el error de negar algo de lo que no puede decirse nada, y el teísta comete el error de afirmarlo.” La libertad de expresión en su máxima potencia trae esta frase y otras tantas del libro, así como la confección de un vino tan particular de una bodega tan peculiar.

Peculiar por el orgullo que sus propietarios sienten por cada producto que lanzan y por la participación de todos ellos en sus particulares publicidades.
Tanto este libro como el vino puede ser criticado por los puristas. El vino por lo que comentaba antes de aquellos fanáticos del vino de la vieja escuela. El libro por quienes lo tomen como una serie de páginas de pequeños diálogos, quienes no vean el todo, quienes le otorgan contenido al dicho oriental que cita el libro al hablar de las doctrinas cuando se toman como auténticas descripciones en vez de puntos de referencia “Cuando el sabio señala con el dedo la luna, lo único que ve el idiota es el dedo.”

Los aromas de este vino son dulces como la mayoría de las palabras del libro, el cual, al igual que el Tannat, Syrah, Viognier, nunca pierde un toque de acidez para ser totalmente agradable sin empalagar en ningún momento. La estadía en roble le da una marcada personalidad y la confirmación de lo positivo que fue la paciencia en la elaboración de este vino. Paciencia necesaria según el prólogo del libro, ya que recomienda beberlo de a poco, disfrutarlo sorbo a sorbo, página a página, descubriendo en cada oportunidad algo nuevo, algo distinto.

Obviamente que tanto este vino, este libro, como esta idea no tienen jamás el éxito asegurado, para ello se necesita de algo más que algunos catalogan suerte, otros justicia y algunos más escépticos casualidad. Pero de todas formas, aunque es ingenuo creer que la sola voluntad alcanza para lograr lo que uno se propone, es el mejor de de los puntos de partida ingenuos en el que podemos pararnos frente a la vida.

"Las mejores cosas de la vida no se obtienen por la fuerza.
                                                                   
Puedes obligar a comer, pero no puedes obligar a sentir hambre;
puedes obligar a alguien a acostarse, pero no puedes obligarle a dormir;
puedes obligar a que te elogien, pero no puedes obligar a sentir admiración;
puedes obligar a que te cuenten un secreto, pero no puedes obligar a inspirar confianza;
puedes obligar a que te sirvan, pero no puedes obligar a que te amen".





lunes, 9 de abril de 2012

BRINDANDO EN EL BARRIO DE FLORES

Ahora que oficialmente comienza para todos nosotros el año es hora de volver a escribir. Esta vez sobre un libro y un vino de la vecina orilla. El texto es del gran Alejandro Dolina, quien noche a noche sigue manteniéndose vigente en su programa. El texto se trata de “Crónicas del Ángel Gris”, una recopilación de cuentos y leyendas del barrio de Flores, un compendio de personajes de todo tipo, que todos conocemos y tratamos de acercarnos a unos u otros dependiendo de lo que nuestro corazón y coraje dicte.



Dentro de la serie de cuentos, más allá de algunos personajes puntuales, podemos separar en dos grandes grupos los protagonistas de muchas de las historias presentes en el libro. Los hombres sensibles de Flores y los refutadores de leyendas. Como su nombre adelanta, los primeros son personas soñadoras, creyentes (en un sentido mucho más amplio que el religioso), enamorados y con una inclinación a atribuir todo aquello que escapa de nuestra comprensión, a la mano del Ángel Gris o el mismísimo demonio dependiendo de las consecuencias de sus actos. Por otro lado (y cuántos de estos conocemos), nos encontramos con los refutadores de leyenda de Villa del Parque, personas con el corazón anclado, temeroso y polvoriento que atribuyen todo lo sucedido en el planeta a la lógica, incluso si para ello deben generar los argumentos más complejos.



El título del libro es por un ente celestial de menor categoría, capaz de hacer milagros menores y repartidor oficial de sueños en el barrio. Tiene una canasta llena de ellos que va repartiendo con sumo cuidado, ya que tiene todo tipo de sueños en ella. Desde alegres hasta peligrosos, “tiene sueños buenos y malos. Tiene uno tan terrible que si uno no despierta a tiempo se muere. Tiene otro que dura cinco días y cinco noches. Y tiene un sueño tan corto como un suspiro: quien lo sueña, sueña que suspira." Este romántico personaje piensa que la melancolía es algo maravilloso, de allí que en Flores hay “tantos muchachos tristes y tantas novias de tango”.



El vino elegido podría ser cualquiera, y pronto veremos por qué, pero simplemente para mantener una concordancia al menos en un elemento, y de paso para hablar de una variedad que pocas veces había formado parte de este espacio, el acompañante será un Pinot Gris de bodega Augusto Pulenta. Es un vino blanco, transparente y sumamente aromático.



Reminiscencias florares en la nariz nos trasladan a esas misteriosas calles de Flores donde suceden los eventos más asombrosos. Hay una vereda que tiene la capacidad de unir para siempre a las parejas que pasen por ella, mientras que la vereda de enfrente los separará indefectiblemente.



Dentro de las historias del libro, aparecen dos beberajes con mágicas y peligrosas consecuencias. Se trata del vino del recuerdo y el licor del olvido. El primero nos hace recordar todo lo sucedido, mientras que el segundo nos permite olvidar toda nuestra historia, para no entender al día siguiente a qué se deben las cicatrices en el cuerpo y en el alma.



No son escasas las ocasiones en que al sentarnos a tomar una copa de Pinot Gris o de lo que sea (por ello mantengo que cualquier vino iría bien con este libro), brindamos en secreto con alguien ausente, ya sea que se haya ido o que nunca estuvo. No son pocas tampoco las veces en que invocamos al licor del olvido, tratando de no pensar en algo, o por lo contrario recordamos con una alegre lágrima un pasado que nos hizo, nos hace, estar acá hoy.



Los hombres sensibles de Flores luchan por recordar a sabiendas que lo único real son el recuerdo y los sueños. El cronista anuncia el apocalíptico pero inexorable final. Los hombres sensibles de Flores están condenados a la derrota, y por ello es obligación hacer que la misma sea al menos, honrosa, ya que será pronto olvidada. “Recordemos, recordemos todo el tiempo. No olvidemos nada. Ni el color de nuestras corbatas perdidas, ni el olor a tiza y sudor del colegio, ni el calor del asfalto sobre los pies descalzos, ni el gusto a jazmín de los besos en la noche…”.




Supuestamente la ingesta de las dos bebidas juntas, tiene consecuencias mortales. Puede parecer exagerado pero sin dudas una imperiosa intención de olvidar y recordar sólo aquello que nos conviene, llevará sin dudas a una locura en la que recordemos cosas que no pasaron, y olvidemos aquello que se nos presenta en los sueños gritando desde el más profundo de los silencios.



Al acercarnos al Pinot Gris de Pulenta, hay un aroma peculiar que resulta ser una nota mineral, propia tal vez del terroir del que proviene. En Crónicas del Ángel Gris también se encuentra esa nota aromática, cuando describe con gran solvencia y reminiscencias de Cortazar, las antiguas y lamentablemente olvidadas estrategias de juegos de tal investidura como la bolita y la escondida. El autor se hace una pregunta absolutamente lógica y que comparto. ¿Dónde están todas las bolitas?, de aquellas decenas que tenía (la minoría ganadas en ley, el resto compradas o adquiridas mediante artilugios de niño), tan solo quedan unas cinco en un bollón.



El barrio de Flores esconde muchos secretos, que los encontramos también aquí en Cordón, Palermo, Parque Rodó y alguno incluso intentando sobresalir de la superficialidad de barrios mejor vestidos. El atlas secreto de Flores informa la ubicación de las puertas del infierno, el corredor del olvido (de propiedades similares al Licor, pero más selectivo en su accionar), el almacén de las cosas perdidas y hasta una rosa de los vientos en los que los diferentes brisas que incidirán sobre el destino de las almas del barrio. Como ejemplo nombraré uno que cada vez más sopla sobre esta tierra, el Viento del Desengaño, “que deja las calles despejadas de ilusiones y berretines.”



Me despido deseando que el viento traiga más aromas del Pinot Gris, que traiga cítricos de nuestra infancia y flores de nuestros amores, que el Ángel Gris nos visite también a nosotros y alimente nuestras noches, nido de nuestros miedos y nuestros sueños. Que los sueños se cumplan, al menos un día cada tanto. Que el vino del recuerdo llene todas las copas, que lo triste no sea olvidado, para disfrutar más lo que se logra. Que lo aprendido sirva, que lo aprendido rinda. Que cada vez más parejas pasen por aquella calle que los une. Que quienes cuentan historias sean escuchados, que quienes las oyen las crean, las vivan. Que los hombres sensibles de Flores sean cada vez más numerosos, que los refutadores de leyendas se enamoren perdidamente y así, comiencen a creer.



Pero para aquellos que se mantengan ensimismados en su mundo geométrico y sigan sin creer, salud por ellos también, pues muestran el camino que no hay que tomar.



“Quien no tenga fe poética, nunca verá un milagro, ni aunque se lo hagan delante de las narices.”




La imagen pertenece a un mural creado y pintado por Carlos Terribili retratando seis de las historias de Crónicas del Ángel Gris.









jueves, 15 de marzo de 2012

DR JEKYLL, MR HYDE Y UN GRAN VINO

El libro que elegí para el maridaje de hoy fue comprado gracias a mi ignorancia, ya que al leer en su tapa Dr. Jekyll y Mr. Hyde, creí que todo el tomo era sobre ese cuento en particular de Robert Louis Stevenson. Sin embargo se trata de una muy buena edición con cuatro cuentos del autor: El club del suicidio; El diablo de la botella, Olalla y (necesariamente) El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde. En ellos se tratan cuatro de los temas principales del hombre: la muerte, la avaricia, el amor y la introspección humana. También se tocan tópicos como la amistad, la hipocresía, la locura, etcétera, pero son los nombrados anteriormente los que dominan estos cuentos.

Lo ideal habría sido utilizar un vino del viejo mundo, pero preferí quedarme de este lado e ir a un vino nuestro. Debía ser tinto, ya que la oscuridad recubre a cada uno de estos cuentos, lo cual es comprensible considerando que se trata de un autor que sufría de tuberculosis desde muy joven y murió a los 44 años de un ataque cerebral. Un año antes de morir escribió: "Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos."

Se trata del vino Cuatro Gatos edición Oeste de Ariano. El nombre (al igual que el corte) fue elegido por el artista plástico Carlos Páez Vilaró, en honor a sus gatos Norte, Sur, Este y Oeste. Se trata de un corte de Cabernet Sauvignon y Tannat, en proporciones que quedaron en poder de los autores, en una decisión respetable pero no compartida. Los misterios son para los libros.

A enormes rasgos, El club del suicidio es un cuento que trata acerca de un grupo de hombres que quieren terminar con su vida pero no tienen la valentía para hacerlo, entonces se reúnen y a través de un proceso azaroso, se decide que un integrante deberá matar a otro. El diablo de la botella es, como su nombre lo indica, sobre una botella habitada por el diablo que concede todo tipo de deseo a quien la posea, y para no vivir una eternidad en el infierno, el dueño debe venderla antes de morir por un precio menor al que la compró. Los verdaderos inconvenientes comienzan cuando el precio es muy bajo. Olalla trata sobre una historia de amor muy oscura, extraña e incomprendida entre un soldado y una muchacha de campo, inmersa en una familia muy particular, tocada por el demonio y estigmatizada por la sociedad.


Si bien cada uno de los cuentos tiene alguna relación con el vino (establecida arbitrariamente, por supuesto), me voy a enfocar en El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde. Trata acerca de la honesta dualidad que existe en cada uno de nosotros y la elección diaria de hacer las cosas bien o mal. No hablo de posibles errores, sino de la premeditación que existe detrás de los actos. Uno en definitiva no es lo que piensa o lo que dice que es, sino lo que hace. Las personas que día a día deciden hacer las cosas bien, aunque sea el camino más difícil, son las que vale la pena tener cerca.

¿Por qué “honesta dualidad”? porque como lo indica el autor “Pese a mis dos caras no era, en manera alguna, un hipócrita; las dos personalidades eran auténticas en mí; no era más sincero cuando ignoraba las restricciones y me llenaba de oprobio que cuando trabajaba a la luz del día, para ampliar mis conocimientos o para aliviar la miseria y el sufrimiento”. Lo bueno y lo malo forman parte de nosotros en todo momento. Lo áspero de un Tannat y lo suave de un Cabernet. Cada una de esas combinaciones nos hace únicos e inimitables.

Lo que logró el personaje fue aislar lo malo y llegar a ello sólo cuando quisiera probar lo prohibido. Como todo vicio, como toda danza con la tentación, en algún momento la razón sucumbe. Al principio Mr Hyde aparecería sólo cuando Jekyll así lo dispusiera, pero poco a poco comienza a convertirse sin premeditarlo.

Este vino es de color oscuro pero vibrante, como el manto de duda que envuelve la historia y sus personajes. Tiene desde el comienzo un gran estilo y prestancia, similares al Dr Jekyll de la historia, e invita continuamente a sumergirse en el placer de probarlo una y otra vez, dejando salir un poco el Mr Hyde de cada uno de nosotros, no obviamente en cuanto a una faceta nefasta y homicida, sino aquella más desinhibida y natural que nos acerca a lo más humano de nosotros mismos. Como diría Alberto Cortez “Sí señor... el vino puede sacar cosas que el hombre se calla; que deberían salir cuando el hombre bebe agua.”

El Cuatro Gatos edición Oeste de Ariano se presenta con una cierta acidez que lo hace intenso, a la vez que nos promete una larga vida. Ajena y opuesta a lo efímero que le esperaba a Dr Jekyll y por eso mismo fue que sucumbió ante la tentación.

Aquellos que como mencionaba al principio, en el día a día manejan a pesar de la adversidad, mantenerse en un camino noble, son quienes valen la pena. Los Mr Hyde que encontramos al menos son más honestos y sabemos que es necesario tenerlos lejos, pero los más peligrosos son los Dr Jekyll que cualquier día pueden caer o volver a caer una y otra vez. El camino más sencillo muchas veces es el que toman quienes no valen la pena. Es muy sencillo hacer un vino mediocre, pero jamás valdrá la pena ni será mencionado aquí. El Cuatro Gatos de Ariano es de lo mejor que tenemos en nuestro país, con un recorrido nada fácil, pero sí sumamente gratificante.

Salud por aquellos que toman el camino más difícil.