viernes, 3 de diciembre de 2010

TEMPRANILLO AL MEDIODÍA

Sin lugar a dudas que estamos en la puerta de la época del año más linda en este lado del mundo. Es poco probable que exista un mejor comienzo de diciembre, días que merecen ser disfrutados. El maridaje de hoy será uno de los más frescos que he publicado, pero al mismo tiempo, algunos amantes fundamentalistas del vino no estarán de acuerdo con la elección. Con respecto al autor, creo que tiene la soltura necesaria para disfrutar de cada copa y de cada día que nos aguardan en los próximos meses.

Sin dar muchas más vueltas presento al primer integrante de este maridaje. Se trata del autor argentino Julio Cortázar. Representante del realismo mágico fue maestro de los cuentos cortos pero impactantes. Nació en Argentina en 1914 y murió en Francia en 1984. Entre las decenas de obras que realizó, las más conocidas son La Rayuela, Casa Tomada, La isla a mediodía, Instrucciones para subir una escalera (sumamente recomendable).

El vino que hoy engalanará esta combinación, para la cual usaremos La isla al mediodía, será el Tempranillo Reserve Rosado 2008 Don Pascual, de la bodega Juanicó. Muchos estarán pensando que un vino rosado no amerita ser considerado, ya que no cuentan con buena publicidad y se los relaciona con vinos flojos, sencillos y prescindibles. Sin embargo todo esto está muy alejado de la realidad. Los vinos rosados pueden ser sumamente nobles, habiendo grandes exponentes en el mundo y en nuestro país.

La historia de La isla al mediodía trata acerca de Marini, un aeromozo que un día, exactamente al mediodía, descubre sobre el Mar Mediterráneo un islote con forma de tortuga, que de a poco lo comienza a enamorar y lo llega a obsesionar. Cada vez que el avión en el que le toca trabajar pasa por esa ruta, él trata de sacarle fotos o averiguar cada vez más sobre esa misteriosa isla. Tras varios días de investigación descubre que se trata de Xirox, una pequeña isla griega fuera del circuito turístico. “El loco de la isla”, como lo llamaban los pilotos, se enamoró de un lugar que no conocía y que finalmente pudo visitar.

Muchos creyeron una locura su intención de ir de vacaciones a una isla que aparentaba tener unas pocas casas, cuyos habitantes hablaban en un idioma ajeno y vivían de la pesca y unas pocas plantaciones. Esa tenacidad le permitiría tranquilamente pedir con orgullo un vino rosado como el que nos acompaña. En la nariz hallaremos aromas exóticos, algo de manzana y cereza, pasando por el jengibre. Son aromas que nos llevan a una playa desierta con una gran compañía, en el caso de Marini, el cielo interminable y los habitantes del lugar, a los aromas sutiles de los matorrales cercanos al mar en el que decidió quedarse a vivir para siempre en esa isla. Al aroma de “Cuando llegó a la mancha verde entró en un mundo donde el olor del tomillo y la salvia era una misma materia con el fuego del sol y la brisa del mar”.

Marini trataba por todos los medios de “matar al hombre viejo”, de no estar pendiente de la hora, de ese mediodía donde su avión, el avión de sus compañeros de trabajo pasaría por la isla. Pero esta historia, como muchas de las de Cortázar tiene un toque de acidez. Moderado y fresco como el del Tempranillo apenas llega a la boca. Al mirar el avión pasando por encima de la isla, vio como repentinamente caía en picada hacia el mar. Su vida antigua se moría ante sus ojos. Desesperado corrió colina abajo para observar el accidente y tratar de salvar a quien pudiera. El avión se hundía irremediablemente en un mar silencioso. Nadó hasta donde pudo y logró alcanzar una mano que salía del agua. Lo remolcó hasta la orilla y descubrió que era tarde, la muerte estaba instalada en ese rostro. La herida “era como una boca repugnante que llamaba a Marini, lo arrancaba a su pequeña felicidad de tan pocas horas en la isla, le gritaba entre borbotones algo que él ya no era capaz de oír”.

Cuando llegaron los habitantes del lugar, se reunieron alrededor del cuerpo sin comprender cómo había logrado llegar a la playa. “Ciérrale los ojos” dijo una de las mujeres. Miraron al mar pero no había ningún rastro de otro sobreviviente. “…como siempre, estaban solos en la isla y el cadáver de ojos abiertos era lo único nuevo entre ellos y el mar”.

Marini de cierta forma cumplió su sueño. Llegó a la isla en su mente primero y en su cuerpo después. El final de su viaje sería en el lugar que él hubiera elegido aunque no de la forma deseada. Sus sueños se cumplieron, él conoció a la gente que lo enterraría, y creo que eso lo hizo muy feliz en su último aliento. El resto de la tripulación y los pasajeros tal vez estén en otras islas, ciudades u hogares. Quizás donde uno decida morir no tiene que coincidir con el lugar donde se encuentre nuestro cuerpo, aunque en el caso de Marini logró que fuera así. La historia queda en nuestra memoria algo más de lo que el Tempranillo queda en nuestro paladar. Pero ambos piden volver a probarlos, a sentirlos, para descubrir otros secretos escondidos esperando por nosotros, para disfrutarlos en mente y cuerpo.

Para terminar este maridaje, que tiene en su final una dulce tristeza, usaré otro pequeño cuento de Cortázar que me parece muy útil para todos, ya que de llegar a la situación de tener que llorar (que todos hemos pasado y pasaremos), lo mejor es hacerlo con estilo.

Instrucciones para llorar.

"Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos."

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